Si Ezequiel tiembla…

Conocí a Zippora en una circunstancia dramática para ella. Viven en Kibera, el mayor barrio de chabolas de África. Hace unos años su marido, que trabajaba como obrero de la construcción, sufrió una grave lesión de espalda que le obligó a reinventarse como vigilante de colegio (60€ al mes). Ella aporta dinero al hogar lavando ropa y suelos. Pero tiene un problema: con frecuencia el asma no le deja respirar. Y a eso no ayuda el que tenga que tratar con jabones y detergentes en su tarea, o el que no tenga dinero para pagar un inhalador. Si se ahoga, no trabaja, no cobra. Eso es vivir.

Tienen dos hijos. Ezequiel, el mayor, y Vincent. 15 y 12 años respectivamente. Esos milagros de la genética, o ese manto que pone Dios, han hecho que los dos tengan una capacidad intelectual más que notable. Viviendo en una triste chabola de Kibera, Ezequiel fue admitido para la secundaria en Alliance School, es más prestigioso colegio público del país que solamente coge dos o tres alumnos por provincia. Ezequiel fue uno de los tres de Nairobi. Su hermano Vincent le va a la zaga: el año que le conocí le enviamos al mejor colegio de Kibera (una escuela adyacente a la iglesia católica del barrio) y fue el número uno por goleada. Y todo viviendo en una única habitación, y sin medios.

Ezequiel y Vincent, el día que compramos libros y zapatos

La entrada en Alliance no fue solución para Ezequiel. Tenía que pagar la matrícula, de unos 100€ al mes. Por supuesto, eso estaba a años luz de las posibilidades de sus padres. Un pariente, que vivía en la lejana ciudad de Kisii, se postuló como ayuda, y pagó el primer curso. Sin embargo, al final de ese año el pariente murió, víctima de una enfermedad rápida: en diciembre, en plenas vacaciones hacia segundo de secundaria, Ezequiel sabía que no podría continuar sus estudios en Alliance pues no tenían dinero.

Zippora rezaba. Ella es protestante. Un domingo se le acecó una compañera de iglesia. ‘Sé de tu problema. Creo que tengo la solución’. Y le habló de mí. Zippora, en un mar de timideces, se atrevió a llamarme. Meses más tarde, en otro de nuestros encuentros, me contaba lo que le costó: ‘Era la primera vez en mi vida que iba a hablar con un muzungu (blanco), y me moría de miedo’. Me contó la situación, me encantó como madre, como persona, y sin saber muy bien cómo lo pagaría le dije que contara conmigo para cubrir la matrícula de Ezequiel, y que cambiara a Vincent de colegio. Fue entonces cuando el pequeño se incorporó a la escuela católica, en la que sería el primero.

Zippora, una auténtica ‘madre coraje’

Ezequiel es muy tímido, casi envarado. Pero tiene las ideas muy claras. El día que me lo presentó su madre me contaba que su sueño era rendir muy bien para poder ir en el futuro a estudiar medicina en Alemania. ¿De qué sabe un chico del slum la existencia de Alemania? Me sorprendió, y me alegró ver la infinitud de posibilidades que se abrían ante él.

Hace tres meses me llegaron las primeras noticias de un problema. Ezequiel tenía algo en su salud que no funcionaba. Nos enteramos después de que la madre nos pidiera ayuda, cosa que no quiso hacer hasta que se quedó sin dinero en las sucesivas visitas a médicos. Michael Babu (el hombre de Karibu Sana en Nairobi) preparó una consulta en el centro médico de Strathmore, que confirmó los otros diagnósticos: Ezequiel sufre frecuentes convulsiones desde hace unos meses porque se está viendo afectado por ataques de epilepsia.

¿Qué consecuencias tiene eso? Bueno, a corto plazo unas consecuencias graves, pero que podemos solucionar: Ezequiel necesita un tratamiento médico que sus padres no pueden pagar, pero que costearemos desde Karibu Sana, cueste lo que cueste (las medicinas allí son muy caras).

A medio y largo plazo no lo sé: ¿cómo le afectará la epilepsia?, ¿podrá seguir estudiando?, ¿le lesionará el cerebro de forma grave?, ¿pasará de ser una esperanza en la familia para convertirse ‘en una carga’ (¡en una bendición, en un enfermo!)?

No lo sabemos. Si sé que, pase lo que pase, Ezequiel tiene la suerte de tener una madre y un hermano maravillosos (no conozco al padre). Y que tiene también la suerte de teneros a vosotros, a nosotros, que como Karibu Sana vamos siempre a las personas concretas, a las que entraron en nuestro camino, con las que nos comprometemos tanto como cada uno de vosotros haceis con vuestros hijos: hasta el final.

No dejéis de ayudarnos, ni de buscar a gente que pueda ayudarnos: con el tiempo las responsabilidades (los imprevistos) crecen.

Vincent y Zippora en su casa (una chabola de madera)

Kevin, de Kwetu al Cielo

Me comunica Perminus Chomba, el profesor encargado de los niños de la calle de Kwetu, el fallecimiento de Kevin, de 13 años.

«Hemos perdido a uno de nuestros queridos niños, Kevin Kinyanjui, y mañana celebraremos su vida bien vivida. ¡Que el Señor Todopoderoso te dé fuerzas!».

‘Celebrar la vida’, así es como llaman en Kenia a los funerales.

Quería ser artista. Ahora está ante la Belleza.

En seguida le pongo cara. Me escribe Sara Mehrgut, ‘triste y espantada’. Me recuerda que Kevin pertenece al primer grupo que ellá conoció en Kwetu, al segundo que conocí yo. Un niño tímido (de esas timideces que a veces parecen un poco chulas), guapísimo, de una sonrisa inmensa. Tenía además vocación de pintor, corazón de artista. Y había pasado por lo que todos estos niños: una temporada larga vivida en la calle (cualquier tiempo por encima de un instante es largo), por culpa de la miseria económica de la familia, que le arrastró a buscarse la vida en la calle. Esa vida sería como la de todos: robos, hambre, comer basura, dormir al raso, mucho miedo, seguro que palizas. Le rescataron las Sister de Kwetu, y le proporcionaron un hogar y motivos para poder vivir feliz desde ese primer momento en adelante.

Me cuenta Sara que Kevin volvió a su casa para pasar con sus padres las vacaciones escolares: uno de los objetivos de Kwetu es reintegrarlos con la familia. Terminada su estancia en Kwetu nosotros hubiéramos seguido cuidando de él, para que no le faltaran medios con los que frecuentar la escuela…

Viendo la tele, con camiseta rosa, en Kwetu.

Pero Dios es misterioso. Kevin volvía a casa, en un slum de Nairobi (barrios de chabolas). Debió resbalar en el barro formado por una de esas cloacas expuestas al aire, entre aguas negras y basuras. En su intento por salir de aquel lugar infecto agarró uno de tantos cables por donde marcha la electrícidad (siempre pirata, dominada por las mafias del slum, ante la indiferencia de los que gobiernan que cobran un tanto por ciento de lo que los mafiosos se llevan al vender la electricidad que roban a los pobres de las chabolas). El cable tenía el cobre expuesto y le soltó una descarga elécrica que lo mató al instante, haciendo salir volando a su cuerpo electrocutado, que quedó atrapado en ese mismo cable por la garganta.

Firmaba sus pinturas como KEVO. Ahora ya no pinta, contempla. Y va a pasar sus primeras Navidades con su familia del Cielo. Y yo estoy seguro de que la Virgen le está mirando por lo menos con el mismo cariño con que miraba a su Niño, y que Kevin se encuentra completamente asombrado de cómo una vida tan dura como aquella por la que ha pasado ha podido conducirle hasta tanta perfección y tanta felicidad.

Navidad en el Cielo, misión cumplida…, pero yo estoy triste, y me encomiendoa él para que haga que no me falte nunca su paz y su sonrisa.

Un día que me hicieron fiesta en Kwetu. Kevin es el del extremo
El mismo momento, sonriendo (como casi siempre).

8 niñas de Desert Streams

Me ha mandado Judy Oloo, la directora de ‘Desert Streams of Kibera’, uno de los colegios en los que tenemos niños, una petición.

Su colegio acoje a esos alumnos hasta que llegan a Standard 8, nuestro 2º de ESO. Al terminar ese año, realizan todos los niños un examen nacional de reválida que decide si pasan o no a la secundaria (de 3º de la ESO a 2º de Bachillerato). Terminada esa etapa llega otra ‘selectividad’ de la que salen, de entre 250.000, los 70.000 candidatos para las universidades públicas y privadas.

Jamila es una de nuestras candidatas. John y Mary, en los lados, son becarios de Karibu

Este año un grupo de 14 alumnos de Desert ha llegado hasta esa meta. Es la 3ª vez que el colegio presenta a sus candidatos. Quizá en 2017 han tenido más mérito porque en enero pasado se quemó el colegio y han tenido sus clases en la sala que compartían con los otros 200 niños (ruido y ruido y ruido, además de incomodidades). Además tienen las condiciones propias de los más pobres de Kibera: falta de libros de texto, ningún apoyo en casa, ausencia de un lugar medianamente decente donde estudiar (la vida transcurre en la habitación única de 12 metros cuadrados). A pesar de esos condicionantes, han pasado a secundaria casi todos.

Pero eso no es la solución de todos los problemas: algunos padres no tienen medios para pagar las ‘fees’ (el precio) de la escuela secundaria. Otros consideran que, siendo niñas y no niños, no merece la pena el esfuerzo: que ayuden en casa y que se casen pronto. Eso, como podéis sospechar, suele desembocar en una falta total de preparación y, con frecuencia, en situaciones de riesgo para embarazos adolescentes (nada que hacer, falta de seguridad, etc.). Además, me asegura, no son pocas las que tienen situación de violencia familiar: padres que beben, madres desquiciadas, palizas…

–¿Podrás encargarte de ellas?– me dice Judy. Me cuenta, por ejemplo, que la de mejores notas se presentó en su casa pidiéndole asilo. ‘Mi padre me pega y no quiero volver con ellos’. Me dice que la única solución apropiada sería que fuera –ellas y las otras 7– a estudiar interna al Oeste de Kenia: donde sus pueblos de origen, lejos de ese agujero que resulta ser Kibera.

Hago números. 100 euros al mes, cada una, durante 10 meses. 800 euros las ocho cada mes, 8.000 euros en un año. ¿No es demasiado? Realmente dispararía los gastos de Karibu Sana.

Y, sin embargo, me digo que por qué no va a ser posible. ¿Acaso no estás tú leyendo esto? ¿Acaso no puedes ayudar, bien con lo tuyo, bien buscando colaboradores, bien con las dos cosas?

Ann Odera (286 puntos en su examen nacional), Dorothy Wantiru (268), Jamila Vujeta (329, la mejor nota), Mildred Mudembu (291), Purity Muhonya (291), y tres chicas más, nos necesitan.

Valerie entre dos hermanas gemelas

Be the Change Lunch with Karibu Sana

El lunes 11 de diciembre Karibu Sana protagonizó el tercer ‘Be the Change Lunch’, una iniciativa que quiere dar a conocer iniciativas.

Las cervezas Bravante refrescan la sesión

Las reuniones tienen lugar una vez al mes en el ‘Espacio Mood’ de General Oraa 23, un local muy moderno, sacado de las entrañas de un edificio, en el que se puede departir durante un rato en torno a una comida informal (y gratuita) para luego asistir a la exposición de la iniciativa de ese mes.

En esa exposición alguien cuenta lo que hacen. Desde Karibu Sana nos extendimos hablando de educación, de niños de la calle, y de cómo cada poco significa mucho (la posibilidad de un cambio radical) para alguien.

Javier Aranguren que no para de hablar

https://www.bethechangelunch.com te cuenta la iniciativa de cada mes. Además van creciendo las propuestas: con nosotros se han puesto la meta de conseguir 1.200€ y encargarse de la escolarización de 6 niños o niñas en colegios de día.

Y si eres tú quien tiene la iniciativa, contacta con ellos, que encontrarás un foro donde poder compartirla.

Apúntate para cambiando algo, cambiar el mundo

Karibu Sana y la Providencia

Me pregunta mi amigo X en qué medida he confiado en la Providencia para sacar adelante Karibu Sana. Le miro a los ojos, sin necesidad de pensar demasiado, y le contesto:

—Me he apoyado tanto que por eso estoy aquí.

Mi amigo es una persona muy generosa, y pudiente, que desde el principio me ha apoyado en este proyecto a condición de que trabajemos con mucha profesionalidad. Siempre le digo que eso lo dé por supuesto, porque así lo hacemos tanto en España como en Nairobi.

¿En qué medida me he apoyado en la Providencia? (es decir, en el convencimiento de que Dios está detrás de esta iniciativa y la cubre con el manto de su misericordia).

1— Desde que puso de golpe en mi corazón, en mis entrañas, la necesidad de ‘despertar a la realidad’. Ese momento en que, al darme cuenta de que no había dado de comer a un niño, me vi movido a buscarle durante cuatro días consecutivos hasta que pude proporcionarle el alimento que después se convirtió en educación.

2— Desde que decidí lanzarme ‘a la piscina’, a pesar de mi carencia total de medios. En enero de 2016 pagaba el colegio de 21 niños y niñas y solía terminar esos meses siempre en números rojos, que se solucionaban a base de aportaciones inesperadas. Conseguí no tener que decir que ‘no’ a ninguno de los solicitantes sinceros.

Algunos golpes hay que llevarse en la vida… Víctor y Tom (y uno con careto detrás) en Desert Streams

3— Desde que al mes de empezar una antigua alumna de mis años en Pamplona contactó conmigo para poner a disposición de Karibu Sana la Fundación que tenía con su marido, haciendo así mucho más fácil y transparente el proceso de donación, dándonos todo el respaldo jurídico y la posibilidad de que los donantes desgravaran. Tened en cuenta que por entonces yo no sabía nada de cómo debe funcionar el mundo de la solidaridad.

4— Desde que pedí un préstamo de 8.000€ a otra Fundación, porque yo no tenía nada, para poder ayudar a dos colegios en necesidades básicas, y cuando uno de eso dos colegios ardió desde las raíces hasta el techo esa Fundación decidió condonar la deuda: la audacia de pedir se transformo en la generosidad de dar.

5— Desde que estando en Nairobi, en esas noches largas de sudores fríos por falta de recursos y exceso de iniciativas, me iban viniendo a la cabeza nombres de antiguos amigos (entre otros el que me lanzaba esta pregunta), a los que habría visto no más de dos veces en casi treinta años (los que llevaba yo fuera de Madrid), y se hacía fácil encontrar sus señas, y casi todos respondían a menudo con una magnanimidad asombrosa.

Cuando fuimos a por Moses: ella es Barbra, llena de flores

6— Desde que conocí a Benedetta, que no tenía electricidad y dormía en el suelo junto a uno de sus hermanos y separada de los otros dos hermanos pequeños porque ella era la cabeza de familia y a los 16 todavía trataba de ir al colegio, y lo publiqué en Facebook y en media hora tenía un donante al que no conozco de nada que me decía que acababa de mandar los 250€ que necesitaba para que se fabricaran una litera, compraran colchones y se reuniera de nuevo esa familia de huérfanos.

7— Desde que la enfermedad de Emmanuel, un niño de la calle de Kwetu Home of Peace, fuera acompañada de una factura de 12.000 €, y las monjas me lo hicieran saber llenas de preocupación (muchas de las familias a las que ayudamos ganan en torno a los 1.000€ anuales: ¡12 años de trabajo solo en esa factura!), y yo les pudiera contestar de modo inmediato que justo el día anterior, a raíz de una generosa donación específicamente destinada a Kwetu, les había mandado 12.500€ y que problema resuelto.

8— Desde que Moses Javier apareciera en la historia de Karibu Sana con una semana de vida, y encontrara una familia maravillosa en Kenia que cuida de él con el amor que se tiene a un hijo, y ahora es un niño sano de casi 15 meses.

El día en que conocí a Moses Javier, recién recogido, recién acogido

9— Desde que, cuando andaba yo estos meses por Madrid sin saber muy bien cómo darle un empuje a Karibu Sana para que nos conociera más gente, me llegó a través de Messenger un mensaje de Manuel, a quien no conocía de nada, en el que me proponía el diseño de la Página Web y del Logo, y que lo donara, y que lo hiciera tan bien (visita www.lukcomunicacion.com, te va a encantar).

10— Desde que se me han ido uniendo pocos colaboradores, pero excelentes, como Michael Babu, Marta, Miguel, Sister Angela, Judy Oloo, Patrick, Moses Muthaka, etc.

¿En qué medida me he apoyado en la Providencia?

En toda medida posible, porque cuando alguien es generoso se convierte —queriendo o sin querer— en ‘las manos de Dios’.

La Navidad llega a Kwetu

Os presento una historia, casi una descripción, escrita ahora hace dos años:

5.11.2015
Voy todas las semanas a Kwetu por lo menos dos o tres tardes. Me da la vida estar con ellos, especialmente si la jornada de trabajo ha consistido en 7 horas leyendo, pensando y construyendo una clase en la que explicar a Rousseau a mis alumnos de 3º de Administración de Empresas.
El miércoles pasé por allí. Muchos de estos niños no saben inglés. Por eso me lancé a cantarles Malaika (‘Ángel’, ¿recuerdas a Bonnie M?) que se sabían perfectamente, y les hice reír por mi falso kswahili.

Es fascinante ver rezar a un niño de la calle

Antes les vi rezar. Impresiona ver a estos pobres abandonados (abandonados hasta que alguien se preocupó de recogerlos: ¡si no fuéramos tan egoístas y necios, cómo sería el mundo!) dirigiéndose a Dios, a Jesús, a la Virgen María. Primero cantan (bastante mal, por cierto), luego recitan las oraciones de siempre, luego me piden a mí que rece algo (y me lanzo a decir en español el ‘Bendita sea tu pureza’, para que la Virgen les conserve esa belleza de alma que tienen ahora) y, de pronto, se ponen de rodillas escondiendo la cara contra el asiento de una de las sillas, y un guirigay de cuchicheos, súplicas, casi llantos, recoge la oración personal de cada pequeño. Rezan por los padres que están lejos, por sus benefactores, porque aprendan a escuchar y a ser obedientes, porque nunca más vuelvan a encontrarse solos, abandonados en la calle. Pocas veces había visto algo más conmovedor, e interiormente doy las gracias a Dios por ser testigo de ello. ¿Aprenderé alguna vez a pedir?
Les acompaño en la cena y voy hablando con unos y con otros. Sale el tema de la Navidad. Casi ninguno ha tenido nunca un regalo. Peter me pide que le lleve unos patines; otro quiere unos guantes de portero; al más pequeñajo (8 años, desde los 3 viviendo allí) le pregunto si le gustan los juguetes, y se pone como una moto: «¿Un Spiderman?», y lo imagino por las grises habitaciones de Kwetu con su muñeco en mano, volando de una cama a otra, pues con su imaginación ha convertido a estas en rascacielos.
Luego observo que Peter, el que pide patines, está con cara triste al terminar de la cena. Le acompaño en un aparte de veinte minutos, trato de tranquilizarle con mi voz de barítono, le hago bromas, le cojo de la mano…, pero todo es inútil: El niño hipa, llora y no suelta prenda.

Peter, ¡nos ha dado ya más sustos con sus escapadas!

–«¿Qué le ocurre?», preguntó a Mose, el profesor, antes de irme.
–«Probablemente es porque mañana vamos a ir a su casa, a ver a sus padres, a contarles nuestro plan de rehabilitación, y él tiene miedo. Sabe que al escaparse hizo algo muy grave, y teme que le peguen. O que no le dejen volver aquí. Nosotros queremos que los padres sepan que su hijo vive, que está bien, y que tiene una oportunidad. ¡A ver qué tal mañana!», me explica.
Niños risueños, niños abandonados, niños que por toda posesión tienen un par de camisetas y de pantalones. Niños que han encontrado en la misericordia de Dios –y en la misericordia de los que siguen a Dios– la posibilidad de vivir una vida plena. Lo tienen difícil, pero pueden. Y, desde luego, con ellos descubres que hasta el último de los hombres –los más débiles, los niños del pegamento, la calle, las palizas, el hambre– merecen el don de todo el amor del mundo.

Las necesidades de Transform School

Me escribe Patrick, el director y fundador de Transform School of Kibera, sobre sus necesidades. Y es que vive en una constante situación de necesidad, porque casi la totalidad de sus alumnos son niños sin ningún medio, que con mucha dificultad pueden pagar algo de los pocos euros mensuales que les piden por su educación.

La escuela está en Kibera. Ocupa un espacio pequeñísimo. Con gran optimismo Patrick va sacando nuevas aulas (¿aulas?: cubículos enanos de paredes de madera y barro y techo de metal, en los que se amontonarán los críos en las bancadas rotas), entre ellas una que me asegura que será de informática.

Velma y sus amigas en un descanso entre clases

Le empezamos a ayudar porque por allí iba uno de los niños de Karibu Sana, Fidel. Me invitaron a visitarles, y me quedé sobrecogido de la pobreza (de la cutrez) de los medios. Nuestra primera ayuda se fue en adecentar el patio del recreo. Por un lado, se trasladaron las letrinas de sitio, de modo que las aguas negras ya no pasaran por el terreno en que jugaban los alumnos. Patrick, que dejó una vida fuera de Kibera como Pastor protestante para venir a servir ‘a la comunidad’, construyó también dos letrinas para los vecinos, que no contaban con esas ‘comodidades’.

Me enseñó un ricón de ese patio enano. ‘Aquí irá el huerto’, anuncia sin percibir en su frase ningún eufemismo. Yo solo podía ver un metro cuadrado de tierra reseca llena de trozos de plástico viejo.

En su último mail me pide ayuda para levantar cuatro aulas ahora que están de vacaciones. Cada una de ellas, con materiales y trabajo de obreros, viene a costar 260€. También me dice que tiene un buen plantel de profesores (yo les conozco, y sé que son gente muy entregada), pero que no logra pagarles durante las vacaciones porque no tiene ingresos (en esos meses los niños no pagan) y teme que le abandonen. Un profesor allí viene a cobrar unos 60€ al mes, ¡incluso menos que entre nosotros!

Niño mirando al patio antes de las obras: el agua negra se adivina arriba

La vida en Kenia es un reto. Más este año, de fuertes conflictos electorales, en los que la violencia entre los dos principales partidos políticos y el desorden provocado por ella -¡querido por ella- está impidiendo que la economía sin músculo de los pobres eche a andar. Sin ingresos los comercios no venden. Si no venden, los dueños no pueden pagar escuelas. Si no pagan escuelas estas no pueden contar ni con comida ni con profesores. El círculo vicioso de la pobreza es inmisericorde.

El profesor en clase. Pegados, sin puertas, tienen otras tres aulas

Karibu Sana solo quiere ser una aportación que rompa esa perversa circularidad.

Entrevista a Javier Aranguren en Radio Exterior de España

Esta mañana me han entrevistado en ‘Punto de Enlace’, un programa de Radio Exterior de España que, como es de suponer, llega a hispano hablantes de todo el planeta. El programa lo llevan Maite Muniain, Francisco Javier Martínez y Lola Funchal, que se han volcado conmigo y –como me decían al final– les ha encantado el proyecto.

Empiezo a hablar en el minuto 7,54. Y nos hemos tirado un buen rato.

Espero que la disfrutes. Y que la difundas.

http://www.rtve.es/alacarta/audios/punto-de-enlace/punto-enlace-karibu-sana-trabaja-educacion-ninos-kenia-27-11-17/4327401/

Javier, en plan radiofónico, hablando de Karibu Sana

Karibu Sana con nombre propio

Karibu Sana con nombre propio

Hace dos años y pico que comenzamos con Karibu Sana. Desde el principio se me ocurría que no se trataba de eliminar el problema de la pobreza en África. En primer lugar porque ese concepto, África, es muy genérico: 55 países dan para mucho más que un nombre. Podría pensarse entonces en Kenia, o en Nairobi, o incluso en Kibera (el lugar de donde vienen la mayoría de los niños a los que ayudamos). Nada de esoes adecuado.

No luchamos contra la pobreza, sino por Víctor, por Fidel, por Esther, por Joan, por Sarah… No nos dedicamos a los conceptos, sino a los nombres propios. Detrás de cada ayuda que recibimos hay una persona que se beneficia. Detrás de cada persona que se beneficia, hay un cambio asombroso en su biografía.

Victor, el primero de Karibu Sana. No ‘un pobre’, Victor

Y eso es algo que debemos tratar de no olvidar nunca: no donamos dinero ‘para los pobres’, sino que ayudamos a que Víctor pueda estudiar, no pierda su tiempo en la calle, tenga la posibilidad de crecer sano y de formarse, tenga la oportunidad de vivir como adulto en una situación mejor de la que han alcanzado sus padres. Les ayudamos a quitarse de encima el techo de cristal con que les encapsula la pobreza extrema. Pero no a los pobres, sino a él, y a ella, y a él, y a ella.

Se llama Emmanuel. Acaba de terminar 5ª. Le pudimos pagar 21 días de estancia en una UCI

Y son 92 niños y niñas, algunos adolescentes, unos pocos jóvenes. Os podría contar la historia de casi todos. Me encantaría no poder hacerlo (porque eso significaría que son muchos más, que son 300, los que estamos ayudando), aunque me encanta también ser capaz de ello (porque quiere decir que conservamos la dimensión de trato personal en lo que hacemos.

Como sabeis, estos pagos se gestionan desde Strathmore University, con los niveles de control propios de uno de los centros de educación superior más prestigiosos de ese país.

Gracias!

¿Spiderman en Kibera?

Hace dos años, cuando la historia de Karibu Sana echaba a andar, se me ocurrió que tenía que conseguir regalos para los niños que por entonces conocía. No eran demasiados: la familia de Víctor (6) y la de Fidel (9), aparte de los niños de Kwetu Home of Peace (unos 25).

Les pregunté qué solían hacer por Navidad. Allí, en Nairobi, es tiempo caluroso. Víctor me dijo que poco: el año anterior, apretados como siempre por la falta de dinero, el único extraordinario había sido que en la comida de navidad tomaron chapati, unas tortas de trigo fritas en grasa. No fue momento de pollo, porque no llegaba el presupuesto: la ocasión del año para comer carne se esfumó.

– ¿Y algún regalo?

– ¡Sí!, me dijo emocionado. Mi madre me dió 10 chelines (8 céntimos de euro) con los que pude dar dos vueltas en bici al campo de fútbol.

Poco me parecía, y deseé hacer que aquello cambiara.

– ¿Qué te gustaría por Navidad?, pregunté a Cofi, un niño de Kwetu, días más tardes.

– Un Spiderman, respondió él, sin pensarlo demasiado.

Y me lancé a pedir dinero a través de Facebook para lanzar la ‘Operación Spiderman: ningún niño sin regalos’. ¡Todo tan Occidental!

¿Ningún niño sin juguetes?

Logramos que algunas personas se apuntaran, y las familias de Víctor y Fidel salieron con zapatos para todos (madres y padre incluidos), además de algunos balones. Los niños de Kwetu tuvieron sus mochilas escolares, balones, equipamientos de fútbol. No estuvo mal.

Regalos de mochilas para Kwetu en noviembre 2015

Pero luego me he preguntado muchas veces si aquello fue útil, si fue lo mejor.

Ayer, hablando con Judy, la directora del Colegio Desert Streams, me decía que tiene 5 niñas que acaban de terminar 8º, el curso que les abre a la Secundaria. Ninguna de ellas tiene medios económicos para pagar esa etapa en la que han sido admitidas tras el examen nacional. Tres de ellas sufren abusos físicos en casa: padres alcohólicos que les pegan, los mismos que se niegan a comprarles libros porque consideran que una mujer no debe aspirar a tanto. Nos parece a los dos que estas cinco niñas merecerían una oportunidad, poder ir a un colegio de secundaria, y que sería mejor que lo hicierna internas, lejos de la miseria de Kibera. Cada colegio nos costaría unos 80€ al mes durante 12 meses al año, y la secundaria dura 4 años. Es decir, las niñas nos están pidiendo un compromiso fuerte. ¿Podremos afrontarlo? Para lograrlo necesitamos ayudas nuevas.

Sarah y Lankas, que disfrutan de una beca de Karibu sana

¿Hacemos surgir el ‘espíritu de Spiderman’? ¿Podremos darles el regalo que realmente necesitan, una educación?

En tus manos (en las mías) está la posibilidad de hacerlo.