Una mañana en Desert Streams

La jornada del 19 de junio la dediqué a Desert Streams, un colegio de Kibera en el que estudian 25 niños y niñas de Karibu Sana. Judy, la directora, es una mujer fantástica, con una preocupación preferente por las ‘periferias’ que me enseña constantemente el significado de la palabra servir.

Siempre hay tiempo para cantar

Habíamos concertado varias reuniones, con niños y padres. La mañana se convirtió en un goteo de conversaciones en las que a veces Judy me servía de traductora.

El primero fue Edward, un alumno de 15 años que lleva ya dos con nosotros. Con voz entrecortada por el kswahili y la emoción me fue poniendo al día de algunos de sus problemas. La familia es muy pobre, y es cabeza una hermana de 18 porque los padres murieron. Además a él le hacen un cierto vacío: heredó de sus padres el IVH, y en este viaje he descubierto que mucha gente sospecha que la enfermedad se transmite por el aire, convirtiendo a estos niños enfermos en rechazados. Eso, y el hambre, le hace sufrir mucho y me conmueve. Tomo dos medidas: Edward será uno de los niños que pasarán a formar parte de nuestro nuevo proyecto con Desert (una habitación dentro del colegio para que puedan vivir niños maltratados, echados por los caseros, o en peligro de exclusión o delincuencia). Y hago venir a su hermana para poner algunos puntos sobre las íes.

Se acaba de subir a nuestro barco

Luego me presentan a Rose, una niña de 13, lista y guapa, que es la mayor de 5 hermanos y que nos pide ayuda para estudiar. Todavía viste el uniforme de la anterior escuela, de la que le echaron porque su madre no podía pagar la mensualidad de unos 10€. Me alegra mucho decirle que sí.

Paso a Frederik (llamémoslo así), que está en 6º con tres años más de los debidos, al que sus padres han abandonado en Kibera y que lleva semanas con cierta crisis entre el camino del ‘bien’ (la escuela) y el del mal (amigos de la calle). Me entero de la enorme violencia a la que estos desgraciados están sometidos (no son extraños los asesinatos) y la conversación con Frederik se convierte en todo un reto. También tiene que incorporarse a nuestra habitación/refugio en Desert.

Judy me va presentando a madres que quieren verme. La primera es Martha, viuda con dos niños de tres y dos años. El pequeño nació cuando ella, recién perdido su marido, estuvo en coma durante tres meses. Una consecuencia de su enfermedad ha sido la parálisis total (por ahora) de una de sus piernas. Está sin trabajo, sin ayuda. Le pido sus informes médicos, que me envíe los medicamentos que necesita, y le aseguro que nos encargaremos de los niños. No son todavia las 11 de la mañana.

A pesar de su parálisis podremos ayudarle a hacer lo difícil algo más sencillo

Luego viene Selfa. Se encuentra muy tensa, y no es para menos. Hace unos días su hijo (alumno aquí) sufrió un ataque con una botella de cristal de Fanta. La rompieron en su cabeza. El atacante, al que conozco, nos enteramos más tarde de que se encontraba en pleno ataque de estrés tras haber sido echados de su vivienda por impago. Hablé con la madre del herodo, hablé con él. La tarde anterior la pasaron de pruebas en hospitales y gracias a Dios no quedarán consecuencias del golpe. Aunque la madre trabaja, su salario equivale a unos 75€ al mes. Le ofrezco nuestra ayuda en la educación del niño. De paso me aseguro con Judy que me concierte una cita con el agresor para sentarnos a hablar. En el colegio suponen que lo lógico sería darle unos cuantos varazos para que sea consciente de lo que ha hecho. A quien esto sugiere le respondo que no, que el chico ya ha enviado cartas de disculpa a la víctima, a los profesores y a mi, y que con hablar me basta: necesitan amor y protección, no vergüenza o miedo.

Dos días más tarde me senté con él, charlamos largo y tendido, y quedó en pedir disculpas clase a clase, con un mensaje claro: «Ese no quiero ser yo. Yo quiero estudiar». Y se que lo dice de corazón.

Me relajo un rato viendo jugar a los más pequeños: bailan en el patio, donde antes del incendio estaba la escuela, y rezuman una alegría que nada parece tener que ver con los dramas que me están contando según pasa la mañana.

‘¿Y ese pelo?’. ‘¡Estilo!’, me dijo.

Charlo con algunos de nuestros beneficiarios: este que se incorporará a nuestra habitación refugio, el otro que anda como loco porque va a ser fotografiado, los cuatro hermanos de los que se encarga uno de los donantes de Karibu Sana y a los que grabo un vídeo donde se lo agradecen entre muestras impresionantes de alegría, el día a día de un centro educativo que necesita de todo menos de ‘misión’, pues esta la tienen clarísima: servir a los más necesitados.

¡Como nosotros!

Esta es nuestra esperanza.

Los problemas de un niño Masai

Benjamin es un niño masai de 13 años. En la actualidad estudia el último curso de primaria y en noviembre tendrá el examen para pasar a secundaria. Sus notas son todavía mejorables: tiene 220 puntos y debería llegar a 260 sobre 500. Le conocí hace dos años y ya entonces le ofrecí que nos encargáramos de su educación, invitándole a cambiar a una escuela mejor que la suya. En concreto estudia en Queen of Peace, el colegio que dirigen las monjas de Kwetu Home of Peace en Ruai, a 20 km de Nairobi y a 5 de la casa de Benjamin. Desde hace un año cubrimos también los estudios de sus tres hermanos, que van a la misma escuela. Esto significa un cambio total en la vida de esa familia: los masai se dedican a la cría de ganado, y aunque sean los típicos que vemos en los documentales sobre Kenia y su aspecto nos resulte folklórico, en realidad se trata de una tribu de fuertes tradiciones que no siempre casan con lo que entendemos por desarrollo: viven en mabati, poblados de chabolas en los que comparten el terreno con el ganado; la mujer se ocupa de todo a la vez que queda relegada en la vida pública; los varones se suponen que emplearán su tiempo cuidando vacas, lo que supone jornadas de 10 o 12 horas andando sin parar en busca de pastos por esas tierras resecas. Benjamin a los 11 emprendió con su padre un viaje para llevar las vacas hasta Masai Mara: 250 km de pastoreo que me asegura que se le pasaron como un suspiro.

Así son casi todos los problemas a los que se enfrenta Benjamin en este curso crucial para su formación. Y es crucial porque de sus notas depende que pueda pasar a Secundaria, de lo que por supuesto que depende la posibilidad de que vaya a la universidad. Con un inglés delicioso, me va narrando sus principales retos.

 

1– La lejanía entre su casa y la escuela, unos 5 km, que le quita dos horas que podría dedicar a estudiar;

2– Sus fines de semana con el ganado, de 7am  a 5pm, que le provocan tal cansancio que por la tarde no puede estudiar;

3– La falta de algunos libros de texto que su padre no puede comprar con ese sueldo mensual de unos 45€ a distribuir entre los 4 hermanos y la madre;

Por otro lado es una maravilla ver lo feliz que está de llevar dos años ya centrado en su educación, y el deseo que tiene de cambiar su vida de masai por una existencia más normal.

La entrevista no está doblada, pero en un par de momentos hago de traductor. Sepas o no inglés, disfrutarás muchísimo con el modo de hablar de Benjamin, y con el tremendo optimismo con el que se enfrenta a una vida bastante compleja.

Por ahora hemos tomado la decisión de comprarle una bicicleta para que el camino de casa a la escuela y de la escuela a casa sea más hacedero y breve.

Con parálisis cerebral en la espalda del mundo

La vida en el ‘slum’ es muy dura. Hoy mismo me informan de los problemas de violencia en el colegio por parte de algunos de los niños a los que ayudamos (ausencias de clase, peleas, imposibilidad de concentrarse, etc.). Me dice la directora si se estarán aprovechando de nosotros. Yo le insisto en que con las condiciones en las que viven (pobreza absoluta, abandono por parte de los padres, entorno degradado) es lo menos que cabe esperar. Invertir en educación es más incómodo que repartir un poco de ropa o de comida: se trabaja en el largo plazo y la carrera de esos niños está plagada de obstáculos. Sabemos que algunos no llegarán al final del proceso, que vamos a fracasar rotundamente, y tendremos que confiar en la mano amorosa de Dios, que siempre les cuida.

La vida de Purity es quizá peor, aunque también mejor. Mejor porque su familia (especialmente su madre) la cuida hasta ese heroísmo que solo las madres entienden. Peor porque sufrió una suerte de meningitis cuando tenía tres años («Nos llamaron del colegio diciendo que había empezado a convulsionar»). Desde entonces hasta el día de hoy, con 14, vive en una silla de ruedas con sus capacidades cognitivas profundamente dañadas.

Purity, siempre en movimiento, sentada en su silla

Los retos son infinitos. La familia es de lo que aquí sería clase media. Es decir, el marido trabaja en el aeropuerto y Judy, la madre, a veces puede asumir tareas, aunque la atención de Purity y de sus otros hijos (de 9, 8 y 1’5 años) es absorbente. El salario que entra en casa puede ser entre 200/400€ mensuales.

Con el sueldo del padre pueden alquilar una casa pequeña, pero no logran cubrir los extraordinarios que necesitan: unos 160€ mensuales en medicinas (muchas para controlar los ataques de epilepsia, y para que Purity no produzca un ruido interminable desde el fondo de su garganta que impide que los otros niños duerman), la ayuda de una persona, los pañales, el inicio de la bajada de la regla, necesidad de una silla de ruedas mejor, etc. Aunque llevan a Purity a la escuela, hace tres semanas que no asiste porque no han podido comprar medicinas ni pañales y así no pueden dejarla en manos de los educadores. Eso provoca que en ese tiempo la madre no puede procurarse otro trabajo e ingresos.

Joan, un monumento a la entrega de una madre

Me ha conmovido la entrega de esta madre, Judy, y le he dicho que tiene entre sus manos la tarea de cuidar de un ángel de Dios, y que eso Dios lo paga con creces. Eso le ha puesto muy contenta. También le he aconsejado pedir consejo en una escuela de enfermería para aprender a mover a aguien tan grande como Purity. Judy sufre constantes dolores de espalda por cargar con ella. También le podrían formar sobre cómo hacer más sencillas las tareas de aseo. Por último le he pedido que prepare un informe en el que detalle la enfermedad de la niña y lo que dicen los médicos, así como los gastos que eso les supone y los retos a los que se enfrentan.

Pediría que si cualquiera de los que leéis esto conocéis alguna asociación de Afectados por Parálisis Cerebral, que procure sillas de ruedas, que pudiera interesarse en este caso, os pongáis en contacto conmigo para tratar de echarles una mano.

Tengo un caso similar de una mujer de Kibera. En este caso es ella la afectada, tras un largo periodo en coma. Tiene dos niños pequeños a los que pagamos el colegio, pero muy afectada su capacidad motora. Encima ella se quedó viuda. Aquí no hay salario mensual que valga.

Bueno, ¡hay que reconocer que la vida no es siempre sencilla!

Desolador, pero esperanzado

Me pasa Sister Carol (directora de Kwetu Home of Peace) algunos informes sobre la situación de algunos de los niños que han terminado ya en Kwetu. Desde Kwetu van visitando a esas familias durante el periodo de vacaciones entre los dos primeros trimestres, y escriben así una crónica –bastante desoladora– de la realidad de estos pequeños (entre 8 y 15 años). También, indirectamente, nos cuentan por qué necesitan ayuda. Podéis ver un vídeo sobre Kwetu aquí:

Sister Carol con colaboradores locales

Os invitaría gentilmente a que compartáis estas líneas con el mayor número posible de personas. Sabéis que he querido comprometerme con Sister Carol a tratar de sostener la educación de todos los niños que terminen su periplo de dos años en Kwetu. Son unos 40 al año, y eso supondrá al menos 28.000€ por promoción por curso (es decir, el año próximo 28.000 x 2; el tercer año 28.000 x 3, etc.). De otro modo vuelven a la calle y empezamos otra vez desde cero. Casi ninguno de ellos debería volver con su familia, ni siquiera en vacaciones: el alcoholismo, la pobreza extrema y la prostitución son situaciones ordinarias en ellas. Veréis también que en muy pocos casos existe la figura del padre, y que esta es incluso entonces negativa.

De la última ‘promoción’

Os aviso que se trata de testimonios duros. Pero por eso mismo la labor que hacen en Kwetu (y que hacemos desde Karibu Sana) me parece esperanzadora: algunos niños de Kwetu han alcanzado incluso la universidad.

La vida en la calle es un infierno que ningún niño debería sufrir. Ayudadme, por favor, a encontrar particulares y empresas que puedan entender la felicidad que conlleva echar una mano para cambiar en 180º la vida de un niño. Te pido que pienses por un momento, hagas una lista de nombres, compartas este texto y hagas algunas gestiones o me pongas en contacto con ellos para que pueda explicarles estas necesidades. Mil gracias (hoy escribo desde Nairobi).

Lo que debería hacer un niño: jugar con canicas

–– Kevin. Visita a la familia el 30/3/2018. Cuatro hermanos. La madre ha sido alcohólica y ahora trata de dejarlo. Extremadamente pobre, hace trabajos casuales como lavar ropa para alimentar a la familia. La han echado de su chabola por falta de pago. En la casa no había muebles, ni camas. Kevin se quedará en vacaciones en casa de unos amigos de la familia. Acogeremos al niño en Kwetu para que pase con nosotros dos semanas de las vacaciones porque no tienen nada.

––Odihambo. 1º de ESO. Va mal en estudios. Pasará vacaciones con una tía. Tiene 4 hermanos. La madre es trabajadora casual en el slum de Korogocho. Viven todos en casa de la tía, de una habitación: 7 personas. La comida es un reto, y temen que Odihambo vuelva a la calle.

Lo que hacen los niños: pintar

––Dickens. 1º de la ESO. Mal en estudios. La situación en casa ha mejorado y la madre puede cuidar de él durante las vacaciones. Ella también ha prometido encargarse de algunos de los gastos de escolarización.

––Brevine. 13 años. Bien en el colegio.En el slum de Korogocho, con madre y tres hermanos. El ambiente en casa ha mejorado mucho aunque la madre solo tenga trabajos casuales. Ambiente peligroso en Korogocho, que podría empujarle a volver a la calle durante las vacaciones.

Y estar orgullosos de sus obras de arte

––Christopher. 10 años, 4º de primaria y va bien en el colegio. En una sola habitación con su madre, hermana y dos sobrinas. La madre es alcohólica y no se preocupa nada de los niños, de modo que dependen de la hermana que trae algo de dinero trabajando en un bar de camarera o alquilando la habitación donde ejerce de prostituta. Christopher necesita consejo para aguantar este ambiente. No podrá volver con la familia si la madre no cambia y el ambiente en el que se mueve la hermana no es nada sano pues es un burdel.

––John. 5º de primaria. Va muy bien en clase. Está con ambos padres y con otros 8 hermanos en una casa de una sola habitación en un slum. La madre es la que trae el dinero a casa, pero tiene retraso mental y constantemente se ve superada por sus hijos. El padre es anciano y de mal carácter. Se necesita mucha supervisión para ayudar a John a mantenerse centrado pues necesita volver a la calle para cubrir sus necesidades básicas. Buscamos un pariente que pueda encargarse de él durante estas vacaciones.

Ayer, con un grupo de voluntarios irlandeses

––Samuel. Con su madre y 6 hermanos. Viven con una amiga de la madre pues a esta la echaron de la casa por falta de pago (la renta es de 35€ al mes). Es una trabajadora casual dentro del slum. Aconsejamos ayudarla para que no dirija su desesperación hacia sus hijos.

––Victor. 5º de primaria. Muy bien en el colegio. Está con su abuela porque su madre ejerce la prostitución y es alcohólica. La abuela es anciana y no sabe cuidar del niño.

––Samuel. 5º de primaria y primero de su clase. Está con los abuelos que dependen totalmente de la ayuda de los vecinos. La madre también depende de ellos. Le acogeremos en Kwetu hasta que vuelva al colegio.

¿Qué edad tienen? ¿Cómo debería ser su vida?

––Teddy. 6º de primaria. Está con su madre en un slum de Thika con otros 10 hermanos. La hermana mayor es alcohólica y está en la casa con sus propios hijos, aumentando la carga familiar. Afrontan falta de comida, y la juventud de esa ciudad es mayormente drogadicta. Kwetu se encargará de él hasta que empiece el colegio.

Y la lista sigue, como un rosario de pobreza y sufrimiento, hasta 20 niños, todos en situaciones similares. En el tiempo desde que les conozco (3 años) han pasado por Kwetu unos 300, que aumentarían el peso tremendo de esta narracción.

Y yo orgulloso de representaros en Kwetu

Vocabulario:
1) slum, barrio de chabolas sin ningún tipo de servicio de basura, alcantarillado, policía ni trabajo.
2) chabola: habitación de unos 10 metros cuadrados, con paredes de barro y madera y techo de hojalata, sin agua ni baño ni cocina ni, muchas veces, muebles.
3) alcohólico: consumidor de alcohol ilegal (changa’a), por el que con frecuencia enloquecen (literalmente) y se hacen muy violentos.

A por Kwetu

Recién llegado a Nairobi, venciendo el sueño de casi 20 horas de viaje, me acerco a Kwetu. Hace dos semanas se incorporó el último grupo, de 20 niños, todos simpatiquísimos.

Saludo a Joseph. Me sonríe con unos dientes casi tan torcidos como los míos. Le pregunto y me cuenta. Se escapó de casa porque su tío le pegaba cada tarde. Huérfano de padre, una madre que depende de su hermano, un tío cruel (o al menos eso experimentaba el niño). Ha vivido 5 meses en la calle. Allí, desde el principio, ha usado pegamento para evadirse. Lleva 15 días en Kwetu y ya le ha cambiado la perspectiva. Le queda toda una vida por delante para la que va a necesitar de nuestra pequeña ayuda.

Joseph, que te saluda

También me encuntro con Brian, un viejo conocido de mis ateriores viajes, que terminó su estancia en Ketu hace unos meses, fue a un internado en la lejana Kitui, y no le gustó nada, por lo que al inicio del nuevo semestre decidió no volver. Fueron de Kwetu a buscarle a su casa, lleva aquí una semana y en breve se incorporará a un colegio nuevo. Me ha preguntado sobre todo por mi hermano Gabriel, que les visitó hace unos meses, y que le dejó fascinado por su barba y pelo largo, y quizá por su modo de hablar inglés…

Brian, segunda oportunidad

Y otros 19, cada uno con su pequeña historia muy repetida. Alguno con una experiencia en la calle de apenas una semana (¡gracias a Dios!), otros con meses o incluso años. El más pequeño tiene ocho años, es un enano que no levanta cuatro palmos del suelo, y sonríe todo el rato con ganas de jugar.

¿Su futuro? Dos años en Kwetu, de ellos cuatro meses en este centro de Madaraka y el resto en Ruai, la casa grande, yendo a la escuela. ¿Y luego? Si les ayudamos con nuestros medios económicos a que se pueda pagar la escolaridad en un internado, se educarán. En caso contrario, en caso de que acaben volviendo a sus pobres casas, es casi seguro que volverán a la calle. O al menos eso es lo que pasa.

Jugar en vez de sobrevivir

Hoy me reuno con Sister Carol. Vamos a entrarle de cara a los problemas de Kwetu porque la vida de todos estos niños se merece una gran oportunidad. Y nosotros (tú y yo) podemos conseguir gente que colabore en que lo logremos.

En tres meses, volverán a la escuela

 

María, Claudia, Nerea, Patricia, Oscar, Fernando…

En dos días salgo hacia Nairobi: del 10 al 24, siempre que no pierda el vuelo (una de mis posibilidades…).

Y me voy cargado de alegrías. Alegrías porque ha salido muy bien la inesperada ‘campaña de Primeras Comuniones’: han sido tres las niñas (María, Claudia, Nerea) que han decidido –por su propia inicitiva– pedir como regalo dinero para ayudar a algún niño o niña en Kenia. Les he puesto dos condiciones: que les cayera un buen regalo a cada una de ellas; que trataran de enviar lo ‘recaudado’ poco a poco, para que cada mes volvieran a ser conscientes de la gran labor que están haciendo. Me ha encantado la liberalidad con que han donado: no les importa nada entregarlo todo, sino que al hacerlo se lo pasan bien y se ríen. ¡Me encantaría tener esa generosidad!

Me voy cargado de chocolate. Porque compré unas cuantas tabletas. Porque Oscar, el portero de mi casa, me ha venido esta mañana con tres de Nestlé ‘para echarte una mano’, y me ha entusiasmado el dulce detalle. Y porque en una tienda, ‘The Chocolt Factory’, en la que les conté el proyecto, me van a donar un montón de dulces para los niños de Kwetu. ¡Qué grandes!

Lucy con una chica vendedora que deberíamos poner a estudiar…

Me voy cargado de otros estudiantes, los del Colegio Aquinas de Madrid, que hicieron una colecta para cuidar a nuestros niños, y que fueron generosos en sus aportaciones. Fernando, alumno de 1º de bachillerato, se encargó de todo. Y de una generosa aportación de Patricia, y de muchos sueños por que salgan más apoyos económicos.

Me voy con unos cuantos regalos que me entregó María ayer por la tarde. Un kit de maquillaje para Joan, que incluye un aparato que me da mucho miedo (parece un instrumento de tortura de película de Kubrick) para rizarse las pestañas, y una camiseta y sudadera para Austin, ‘pero sin calaveras’, porque a ella no le gustan aunque a Austin le encante.

Y sobre todo me voy con muchos proyectos por desarrollar, y con la alegría de contar con vuestro apoyo, con el que estáis cambiando la vida de tantos niños.

Os iré contando.

Una casa segura para Jomba

Jomba se llama en realidad Bryan. Le conocí en la calle hace dos años y pico: pasaba el día por mi zona, sin nada que hacer, con 12 años. Su madre vivía lejos de Nairobi, y nunca se ha preocupado demasiado ni por él ni por Jackson, su hermano. Ella estaba lejos ‘para ganar dinero’ y los dos muchachos vivían en Kibera sin escuela ni educación: como tantos de los nuestros.

Jomba, cuando le conocí, merendando en Strathmore

Tras conocernos hablamos del colegio. Al principio iban a uno que no conozco, dejándome siempre con la sensación de si no sería un modo de la madre para sacarme dinero. Al cabo de unos meses les pedí que se cambiaran a Desert Streams, la escuela de nuestra amiga Judy Oloo, porque ella se encargaría de seguirles de cerca. ¡Y vaya que si lo hace!

Judy me pidió que habláramos por teléfono hace unos días. Algo urgente: ‘Jomba no está viniendo al colegio. Vive con sus hermanas, que deambulan por la zona y ejercen la prostitución y llevan hombres a su casa (chabola de una habitación) y Jomba está en la calle todo el tiempo y se ha empezado a drogar».

Ahora tiene 14 años. No hay derecho a eso. Quedamos en rescatarle. Judy sale a buscarlo.

Jackson, Jomba, Moses Wafula y Omosh

A los dos días, estando yo en un congreso en Logroño, establecemos una videoconferencia a través de Whatssup. Hablo con ella, y con Jomba, y con Moses Wafula, y con Omosh. Judy es la que me señala la conveniencia de que todos estos chicos (los mayores por edad en su colegio, algunos retrasados varios cursos porque todavía no les habiamos conocido) adquieran uniforme y libros nuevos. Le digo que por supuesto: el orgullo a veces es una virtud, y si ellos se sienten limpios, y ‘nuevos’, irán con más ganas a clase.

Pero no basta: ‘¿Qué hacemos por Jombá?, ¿y por Jackson?, ¿y por Moses Wafula?, ¿y por Omosh?’. Los cuatro han tenido experiencias durante este año que a cualquiera de nosotros nos marcarían de por vida, y que no querríamos jamás para nuestros hijos, ni para ningún niño del mundo.

Judy les invita a comer a su casa. Moses Javier nos mira

Respondo: ‘Judy, hablemos con Michael Babu. Tendríamos que organizar en el terreno del colegio una pequeña casa en la que durmieran los niños más dañados. Por ahora provisional, hasta que podamos levantar la escuela nueva, pero por lo menos con literas, y con una zona donde puedan lavarse y cambiarse con intimidad’. Responde: ‘Podría conseguir un profesor que durmiera con ellos, que les cuidara’. Y mi cabeza se pone automáticamente a calcular: coste, sostenibilidad. Aunque sé que lo haremos ajenos a todo cálculo: ellos lo necesitan, y lo merecen. Merecen nuestra ayuda, y la de las personas que conozcas y que puedan.

Si concierais la sonrisa de Jomba, la mirada de Moses Wafula, lo cansado que está Jackson de la miseria, la dulzura de Omosh, lo veríais tan claro como yo.

Una casa segura para Jomba, ese podria ser el nombre de nuestro nuevo proyecto en Karibu Sana.

Dos Moses: Javier y Wafula. Los dos son Karibu Sana

Dos madres

Ella es viuda. Su marido falleció por un accidente de tráfico, lo enterró, y a los pocos días dio a luz a su segundo hijo. Pero ahí no terminó todo, sino que empezaron los problemas. Entró en coma, y estuvo así durante dos meses. En ese periodo los médicos desubrieron un grave problema renal, y decidieron que empezara diálisis, tratamiento en el que sigue hoy en día. Ahora bien, la diálisis solo se da en Nairobi (Kenyatta Hospital), y ella vivía en el campo: se tuvo que venir a la ciudad con los dos pequeños, sin posibilidad de trabajar por su defectuosa salud, sin casa, sin dinero, sin… Como consecuencia de este cúmulo de problemas también empezó un proceso depresivo. Como veis en las fotos, se acompaña de dos muletas: apenas puede andar.

Steven Moses de uniforme, con su madre

Y entonces conoce a Judy, la directora de ‘Desert Streams of Kibera’, que no duda un segundo en admitir a los dos pequeños. La madre no está en condiciones de pagar nada, pero el que ellos puedan estar en la escuela asegura su alimentación, y que la madre descanse.

Viven en casa de un vecino, que les ha acogido. Imaginaos la pequeña chabola sin condiciones (ni agua, ni baño) con tres habitantes más. Es un gran acto de generosidad por parte del vecino: «Mucha gente tiene miedo de acoger a los enfermos en sus casas», me cuenta Judy. No dudo que a nosotros nos ocurriría lo mismo.

Los niños se llaman Esther Kerubo (la hija, la mayor, tan pequeña, nacida en septiembre de 2012) y Steve Moses Oketch, el niño.

Esther y Stephen disfrutando de un chapati

Por supuesto le dije a Judy que adelante, que desde Karibu Sana nos encargaríamos de esos niños (me gustaría también que de algún modo podamos apoyar a la madre, que no tiene ingresos). Eso supone abrir más la mano, y abandonarnos en la Providencia, seguro de que se encargará del asunto y nos conseguirá los ingresos necesarios.

¡Y vaya si se encarga! A las cuatro horas recibo una llamada. «Mi nombre es F. Tengo una niña de ocho años que el fin de semana que viene hace su Primera Comunión. Leímos lo que contaste de la Comunión de una familia de Levante y nos ha inspirado. Nuestra hija está de acuerdo en pedir como regalo de ese día dinero para ayudar a la educación de algún niño en Kenia. ¿Crees que es posible?».

Y le conté, con una sonrisa en los labios, la historia de esa mujer (madre como la que me llamaba) y de la necesidad que tiene.

Y así hemos cerrado un acuerdo por el que Esther y Steve Moses pueden contar, por una vez, con una gran esperanza.

¿Nos ayudas a encontrar más apoyos?

De caballos y de cumpleaños

Por segundo año consecutivo Gilmar Inmobiliaria nos acogió como causa para su campaña ‘Gilmar Colabora’ en La Global del Club de Campo de Madrid.

El equipo de Gilmar y las gafas de Flamingo

Esta es una competición hípica, en la Fórmula 1 de los caballos de salto, en la que se ven patrocinadores como Longines, Marqués de Riscal (al que me presentaron), Eulen (a cuya CEO saludé) y otras. Gilmar monta una carpa para estar presente, enseñar su negocio, ofrecer manzanilla (de la sana, no de la de flores) y apadrinarnos. Para eso ofrecen a la gente hacerse una foto con unas gafas de la marca Flamingo (las dos empresas están entre nuestros colaboradores), les regalan las gafas, y por compartir la foto en redes nos donan unos euros.

Jose Ramón nos daba de beber: un venenciador de primera

Para mí es una ocasión estupenda de contar (cientos de veces) la iniciativa Karibu Sana y de saludar a mucha gente que nos pone cara (no la mía, sino la de Víctor, el primer niño al que ayudamos, cuya foto preside una hucha que también está en la carpa). Lo más bonito, y asombroso, es ver cómo los trabajadores de la sede central de Gilmar (Laura, Mayo, Nacho, etc.) se vuelcan con estos niños nuestros a los que no conocen, y se dan por completo para que el evento sea un éxito. Hicieron más de 1.000 fotos, quedamos desbordados, y yo feliz. Además pude invitar a Manuel, el que nos ha diseñado desinteresadamente la web, y a su mujer y sus dos preciosos hijos.

Las gafas de Flamingo, diseñadas para Karibu

Por si fuera poco, el martes recibo una llamada. Una mujer con acento extremeño me cuenta que su madre quiere dar una fiesta de cumpleaños, que cumple unos 80, y que cómo tendría que hacer para pedir en la invitación a la fiesta que los regalos sean dinero ¡para Karibu Sana! Le dije que me entusiasmó esa juventud de espíritu, ese deseo de cuidar a los más pequeños.

Ignacio Mallagray pintó este cuadro para nosotros

Y el sábado una niña hizo su primera Comunión pidiendo todos sus regalos para nuestros niños.

Caballos, Comuniones, Cumpleaños: muchos motivos para dar gracias y llenarnos de esperanza.

PD: A puntito de terminar la propuesta para Italia que cambiará 180º la sostenibilidad de Kwetu. De seguro el proyecto más grande que hemos afrontado, y el más trabajoso. Y tan ilusionante como el mail de Austin diciéndome de su ilusión por volver a clase un trimestre más.

Primeras comuniones y permisos

Se ha puesto en contacto conmigo una familia del Levante, que conoce algo a alguien a quien yo conozco. Su hija va a hacer la Primera Comunión el sábado 5. Su gran ilusión era pedir como regalo medios para poder ayudar a la educación de un niño en Kenia. Dicho y hecho: va a dar un mensaje a sus familiares el día de la ceremonia, y se va a comprometer durante los próximos años a conseguir los medios con que Esther pueda ir al colegio. ¡Bravo!

El año pasado Ignacio, de Madrid, hizo lo mismo. Y este año ya me lo había pedido Nerea. Me parece una forma excelente de entender el ‘don’ (el regalo) que es la Eucaristía.

Austin, motivos para estar orgulloso

Ayer me hizo una llamada perdida Austin, mientras yo trabajaba. Me supuse que sería algo urgente, pues los 9.000 kilómetros que nos separan son bastantes como para comunicar Madrid con la Sabana. Le llamé. «Daddy, te quería pedir permiso para que me dejes marcharme de casa. ¡Mi abuelo no me deja hacer nada, y si trato de salir a jugar al fútbol o con amigos me pega! ¡No sabes lo que me aburro!». Me encantó el detalle: Austin, que ha vivido muchos meses en la calle, que nunca ha dudado lo más mínimo en escaparse si le venía en gana, ahora me pide permiso para volver a la calle. No se lo he dado: he escrito a Kwetu para que le inviten a pasar un par de días con ellos. ¡Este adolescente va madurando!

MJ lleno de paz

Me envía Joan dos fotos de Moses Javier: durmiendo y riendo. Calculo que ahora tendrían que haberse cumplido 18 meses desde que este niño habría sido abandonado en la calle con una semana de vida. A lo mejor 18 meses desde su muerte anónima, o desde que hubiera sido acogido en una institución pública o privada para niños abandonados, y me imagino lo que hubiera sido (su vida, o su muerte). Y es una fuente de alegría y de vida: me parecía que refleja perfectamente el objetivo de Karibu Sana. Con Moses Javier (que ahora vive con una familia maravillosa) y con tantos otros niños a los que podemos cuidar con vuestra ayuda.

Uno más uno, uno más.