Es conocido el mito de Sísifo, traído al mundo contemporáneo por la mano experta de Camús. El hombre condenado a subir la piedra al monte, la misma que rodará hacia el otro lado, que tendrá que volver a subir, para caer de nuevo en el punto de partida. Cíclicamente. Para siempre.
La vida de Austin, quizá la de todos, se parece. Austin carga con una piedra llena de dolor. Hasta 5º de primaria era un niño normal, hijo de una familia pobre que vivía unida en el arrabal de Kibera. La madre enfermó, muriendo pronto por causa del SIDA. Nadie sabe si por desesperación, o por cobardía ante la carga de tres hijos, a los pocos días el padre desapareció de sus vidas, dejando a los pequeños abandonados en su minúscula chabola. A día de hoy nadie sabe si ese hombre murió, si paso a Somalia, si existe. La familia se hizo cargo de los hijos: vivirían con el abuelo y con algunos de los tíos de la rama materna, a 60 kilómetros de Nairobi. Las consecuencias para Austin fueron devastadoras: del primero de la clase en 5º, pasó a repetir 3 veces 6º. Sus escapadas del colegio y de casa se repetían, como en el mito de Sísifo. El niño se escapaba para buscar a su padre: primero por Kibera, luego a lo largo y ancho de Nairobi. En una de estas se acostumbró a la calle: la libertad, la falta de ataduras. Cada vez le costaba más volver.
Austin piensa su siguiente paso
Me lo encontré a la puerta de un mercado. Vendía cacahuetes envueltos en papel de periódico, a 10 céntimos la pieza. Yo le pagué 50 por una.
–»Te conozco», me dijo. «En ocasiones que vendía cerca de Strathmore me compraste también por más de lo que pedía».
–»¿Y por qué vendes cacahuetes?», pregunté.
–»Para pagarme el colegio», me respondió, con esa reserva de la verdad que no incluía otras realidades como ‘me he escapado de casa’, ‘me piden dinero por el lugar en el que duermo’, etc.
–»¿Y si vienes a verme a Strathmore con tu madre y hablamos del colegio?»
–»No tengo madre».
–»Da igual. Con quien te cuide».
Y así empezó nuestra relación.
Pasados unos meses, ya centrado en un colegio interno no lejos de su casa, Austin me escribía con frecuencias mensajes al móvil. Me di cuenta de que me llamaba ‘Daddy’, ‘Papá’, y eso me encantó. Fui a verle una vez a su escuela, me lo llevé a comer al pueblo más cercano, y no le importaba lo más mínimo darme grandes abrazos delante de sus compañeros de clase».
–»Austin», le dije un día, «¿quieres que me ponga en el lugar de su padre? ¿Quieres que pase de ser Javier a ser ‘papá’?».
Me abrazó todavia más fuerte, y me respondió que sí.
Austin parece que ya se ha decidido
Terminó el curso. Hizo el examen nacional para pasar a secundaria. Fue un completo fracaso, lejos del aprobado. Yo le dije que no se preocupara, que era lógico con sus constantes estancias lejos de la escuela. Él pareció aceptar los hechos, pero a los tres días me pidió dinero para comprar un cuaderno. Lo utilizó en un billete sin retorno a Nairobi: desapareció en la calle. Una vez quedé con él, me hizo esperar dos horas en la estación de autobuses del centro de la ciudad, comimos juntos y me prometió volver a intentarlo. En un momento dado me dijo que tenía sed. Me dirigí a un supermercado para comprar una botella de agua. Noté algo extraño. Me di la vuelta. Austin habia desaparecido: me dejó tirado, no se encontraba todavía preparado para aceptar ninguna responsabilidad.
A los pocos días volvía yo a España. Al pie del avión, mis últimos instantes de los 18 meses en suelo keniano, conecté con él por vía telefónica.
–»Vuelve, Austin. ¡Hazlo por mí!, ¡hazlo por tu padre!».
Le costó tres semanas decidirse, pero al final volvió.
En junio le visité en su casa. Estaban de vacaciones y pudimos pasar 24 horas juntos. Me cuidaron a cuerpo de rey, construyendo una cama en el salón para que yo durmiera. Charlamos muchísimo, se le veía feliz.
Pero el nuevo cursose le hacía cuesta arriba. Ni el colegio ni la comida le gustaban. Encima pasó algo, un profesor que se quejó de la desaparición de una radio, las sospechas sobre Austin, la amenaza de que vendría la policía para interrogarle. Huyó del colegio, a un mes del final de curso. Me escribía su tía que no sabía que hacer: salía a buscarle por Nairobi. Él a veces se comunicaba, pero siempre mentía, nunca cumplía su palabra.
En enero puede estar con él. Había vuelto a casa dos semanas antes, quizá suponiendo mi llegada. Quedamos en vernos en Ruai , la casa principal de los niños de la calle de Kwetu. Vino. Abrazos. Hablamos del cambio de colegio: iría a uno nuevo, cerca de casa. Abrazos, «no volveré a escapar, papá, lo prometo». Nos hicimos unas fotos, renovamos nuestra filiación/paternidad, me llené de esperanza.
A los tres días me volvió a llamar su tía: Austin había desaparecido de nuevo. Yo, que ya no le tengo miedo, pedí a la buena mujer que se tranquilizara:
–»Volverá, ¡siempre vuelve!». Como Sísifo.
Father…, and son
Y así ha sido. Hace tres días ella, Priscillar, me escribió de nuevo:
«Hi Javier, hope you are doing okay, am glad i found Austin a day before yesterday and I took him to a nearby school yesterday but i did it in hurry. i was kindly asking if you could please assist because he left in a hurry and i didn’t have sufficient funds to buy him anything and the school principal is already calling saying he will send him home. i need atleast 2,500/= for stuff he needs. sorry for telling this in such a short notice it is because everything happened so fast. am at a cyber».
Austin ha vuelto. Hasta la siguiente vez. Le repito a Priscillar que le diga al muchacho que no se preocupe: que aquí (con ella, conmigo) está su familia, y que la familia es el lugar al que siempre se puede volver. Como Sísifo.
Karibu Sana funciona gracias a las donaciones que recibimos.
Todas son maravillosas. Algunas son puntuales, otras llegan cada mes, todas suman. Algunas tienen ese sabor de heroísmo de los que comparten sus ajustados presupuestos. Otras vienen desde personas con medios económicos que, siguiendo la expresión que tanto he escuchado en Kenia, quieren ‘devolver a la comunidad’ lo que han recibido.
Es verdad que con las empresas a veces cuesta. Nuestro problema es doble.
Por un lado, se trata de una donación con ‘poco retorno’. Hace un tiempo comentaba en una empresa del sector inmobiliario si podíamos compartir un proyecto. Me aseguraron que parte de la dificultad son la cantidad de propuestas que les llegan cada semana. Pero también que hacer algo en Kenia, por muchas fotos que reciban, no tenía la misma repercusión que hacerlo en Madrid.
Por otro, algunas empresas grandes tienen una comprensión de la ayuda que a mí se me escapa. Esta semana, en mis clases de Ética Empresarial, hacía ver a mis alumnos que lo que habían gastado durante 2016 dos grandes multinacionales en sus muy publicitadas campañas solidarias era el equivalente –por medio de una sencilla ‘regla de 3’ que me las vi y deseé para recordar cómo se hacía– a una persona con un sueldo mensual de 2.000€ dando 16€ al mes o 4 a la semana. Mi pregunta era muy simple: ‘¿Os parecería ridículo haceros una foto entregando esa cantidad en el cepillo de la Iglesia o a un pobre en el Metro, foto en la que quien lo recibe tendría que salir sonriendo como si hubiéramos eliminado con nuestro gesto la maldad del mundo?’.
Y es que no sé ser popular. En una ocasión otra gran empresa aceptó una propuesta nuestra pidiendo un medio de transporte para niños de Kwetu, de los que algunos andaban hasta 24 km al día para ir y volver de la escuela (con el precio de que un buen grupo había abandonado el programa por agotamiento y habían retornado bajo los puentes y a la droga). Preparé un vídeo, escribimos una narrativa y un presupuesto… y al cabo de dos semanas nos dijeron que les había encantado pero que los 5.000 € se los había llevado otro de los tres proyectos presentados. En mi afán de ‘hacer amigos’ les escribí una carta. Les hacía ver que con los beneficios de la empresa (públicos en internet) podían perfectamente haber financiado los tres pequeños proyectos (e incluso 300). También les di las gracias por su ‘estudio del proyecto’, y les aseguré que por ahora esos niños seguirían andando casi 6 horas al día. Y les lancé una pregunta ‘inocente’: ‘¿Me aconsejáis para próximas ediciones de la convocatoria que los niños que salgan en el vídeo lo hagan llorando para que conmuevan a los jueces?’. Sentí vergüenza.
¿Un empujón a cada una?
No la siento cada vez que experimento la generosidad, asombrosa, de tantas personas. Una que aporta 5€ de su pequeña pensión. Otro que, aprovechando el cambio de Fundación, revisa lo que da y llega al acuerdo con su mujer de doblarlo. Otro, extremadamente generoso y con grandes posibilidades económicas, que ante mi insistencia de que quizá podría venirse a Kenia a conocer de primera mano lo que hacemos, me insinua que mejor que no, ‘que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha’. Están también los que donan lo que sabe hacer: una web, una lista de contactos que podrían entender lo que hacemos, ¡un traje porque es sastre!, su tiempo… Y los que ‘despiertan a la realidad’, y ‘adoptan’ a un niño porque hacen todo lo que pueden por sus propios hijos y entienden que también ese desconocido se lo merece.
Pero por encima de todos está Nerea. Fui a casa de un matrimonio amigo. Allí conocí a su hija, de 9 años. Tímida, se me acercó gracias al típico empujón de madre instándola a hablar. Me agaché y me puse a su altura. Me dijo: ‘Esto para uno de tus niños’. Me dio 30 euros, sin un gesto de duda. ‘¡Nerea!, ¡me emocionas!, ¡me has dado de los pocos ahorros que tienes!’. Responde, con su magia de niña: ‘Bueno, ¡no te he dado tanto! ¡En la hucha tenía 143!’. Me aseguró la madre que fue una decisión de la niña, movida por los relatos de esta web, que de vez en cuando leen juntos en casa.
Como ella, son bastantes los niños y niñas que se deciden por un ‘cumpleaños solidario‘, o porque sus regalos de Primera Comunión sean para educar en África: ‘¡Solo quiero dinero!’, exigía Ignacio hace ya más de un año, y lo cumplió.
Las donaciones. En los últimos días una gran empresa nos ha hecho un donativo que cubre la educación de todo un año de 7–8 niños en un colegio interno, o de 35–40 en escuela de día.
En los últimos días hemos recibido varias donaciones más.
Sister Carol, de blanco, con niños de Kwetu
Una, muy generosa, iba con la condición de que fuera aplicada para los niños de la calle de Kwetu. Me contó Sister Carol, la directora, que el mayor drama que tienen es que cuando los niños terminan su estancia de dos años con las monjas, y se reintegran con sus familias, con demasiada frecuencia vuelven a la calle a causa de la pobreza o a causa del rechazo que reciben de parte de sus padres. Sister Carol y yo coincidimos en la solución: que cuando acaben todos se puedan incorporar a colegios internos, que les saquemos de verdad de la pobreza, que trabajemos en esa oportunidad irrepetible de aprender. Y eso es muchísimo dinero, porque Kwetu cuida de 120 niños, y cada año terminan el programa unos 60. Un colegio interno son 700/800 euros al año por niño (¿qué cuesta un colegio interno en Inglaterra?), y es la diferencia entre una oportunidad de vida o el desastre de la droga y la violencia. Esta nueva donación –unida a otras recientemente recibidas– me permitió escribir, apenas tres minutos despues de haberla recibido, a Sister Carol y a Michael Babu informándoles que de pronto tenemos los medios para cubrir la educación de otros 30/35 niños antes en la calle. ¡Cómo lo celebramos!
Peter, antiguo de Kwetu, que va y vuelve de la calle
Un dicho judío dice que ‘Quien salva una vida, salva al mundo entero’. La donación de Nerea, la de esa empresa multinacional que piensa en algo más que en los resultados, la de aquella persona pudiente que sabe las consencuencias impresionantes que tiene su acto de dar, las de todos vosotros, no hacen más que salvar vidas. Sois realmente eficaces de cara a mejorar este mundo nuestro.
Y encima sin recibir aplauso, solo oraciones que suben como humo blanco al Cielo desde los corazones de esos niños. Creo que sé bien quiénes son los que, de verdad, salen ganando por todo esto. ¡Gracias!
A través de una gestión de Marta, fraguada a lo largo de los meses, Sastrería Plácido (Oviedo y Madrid) se ha animado a rifar un traje a medida entre las personas que durante un plazo (desde hoy hasta el 1 de mayo) colaboren al menos con 20 euros con Karibu Sana.
Sastrería Plácido es el lugar donde a mí me encantaría hacerme un traje: el nivel de artesanía y calidad es impresionante. Pero es que encima Plácido tiene un gran corazón, y nuestros niños le han entrado por los ojos.
Es una oportunidad excelente de descubrir el papel de la sociedad civil (sorry, ¡es mi vena de filósofo!): gente normal que se apunta a cambiar el mundo porque se dan cuénta de que eso está justamente en nuestras manos (no es algo abstracto, los niños de Karibu Sana tienen todos nombre, apellidos ¡y mirada!).
Os animo a todos a participar. Por el traje…, pero sobre todo porque estos pequeños tengan una gran oportunidad de mejorar su vida. Al donar, manda un mail a placido@sastreriaplacido.com ¡y entra a formar parte de un sueño!
¡Cuento contigo!
El mejor modo de cambiar este mundo es sin duda por medio de la educacion. Karibu Sana busca conseguir que todo ni…
Son algunos de los 25 recién incorporados a Kwetu. Rescatados de la calle, se enfrentan a las primeras tres semanas (las más duras) en las que sentirán la llamada tentadora de la aventura y, sobre todo, del pegamento. Tienen que pasar un síndrome de abstinencia, para lo que se volcarán en muchísimo deporte y juegos, a la vez que en darles el sentido de pertenencia a un hogar que es lo que más les falta.
Uno de estos niños nació en la calle, pues su madre no tenía hogar. Tiene 8 años. Ha crecido cuidado por su hermano de 12, dedicados a vagar buscando comida y salir adelante. Ahora está en Kwetu: tras los tres o cuatro meses de rehabilitación en el centro de Madaraka se irá, con el resto, a la casa grande en Ruai, donde comenzarán a ir al colegio, a veces acumulando dos o tres años de retraso.
Hace pocos días empezaron una nueva etapa. Nuestra meta es que casi ninguno la abandone. Y que, cuando terminen los dos años de programa, podamos ser apoyo para pagar los colegios de todos ellos.
Hay muchos niños que viven y mueren en la calle. Si Dios quiere, y nos ponemos a ello, estos ya no. Nunca más. Nunca más.
Karibu Sana trabaja con niños, y en consecuencia con familias. Permitidme que os presente a algunas, apenas un botón de muestra…
Benjamin Kipetaa y los masai
Cuando se habla de Kenia a menudo se piensa en la tribu masai. En realidad es bastante minoritaria, pero tiene un especial regusto por el peso que la tradición conserva entre sus miembros. Muchos viven en la zona del Masai Mara, destino habitual de turistas. Suyas fueron también las tierras donde se levanta ahora Nairobi: una antigua zona de marismas ahora hecha asfalto por la que conservan su derecho a cruzar con sus vacas (con el consiguiente caos de tráfico).
A Benjamin le conocí en una excursión que organizamos para los 120 niños de Kwetu. Sencillamente se unió a nosotros, con sus cuatro perros marrones, que le siguen a todas partes. Me llamaron la atención de inmediato sus inmensos dientes (que distinguen a sus padres y hermanos también), así como su simpatía, su voz rasposa y su habilidad con los idiomas (se comunica perfectamente en masai, swahili e inglés, pudiendo pasar de uno al otro sin ninún tipo de trauma). Comenzamos a charlar y me di cuenta de inmediato que Benjamin era para nosotros. «¿Viven lejos tus padres?», le pregunté. «Aquí al lado», respondió. Decidí acompañarle, pues nuestra excursión apenas había durado 10 km. El ‘al lado’ eran otros cinco, de modo que con la vuelta se hicieron 10, matando por completo mi espalda y mis pies.
Algunos niños del poblado de Benjamin, asustados por el blancoCuriosidad, boñigas y belleza
La familia vive en una comunidad masai, en magnatas, esas casas elaboradas con estiercol de vaca y maderas, y techo me acero ondulado. La de Benjamin, gracias a Dios, era toda de metal: dentro la temperatura no bajaba de 40º. Conocí a los padres, ‘adopté’ a Benjamin y a su hermana, y empezaron a ir al colegio que dirigen las sisters de Kwetu. Sus padres son muy pobres. Él pastorea ganado por estas tierras yermas, caminando durante kilómetros cada día hasta que da con pastos. Las vacas y las cabras viven con ellos, llenando el lugar de un aroma intenso. Y es que en su tradición las vacas lo son casi todo: comparten sus vidas y son útiles n tanto para el comercio de carne como para concertar matrimonios. Cada hija supone una dote, y quien tiene un buen rebaño es considerado rico. Me dijeron que apenas sacrifican una vaca al año por familia, y que de hecho muchas mueren de viejas.
Javier y el Abuelo
En mi último viaje, hace poco más de una semana, me cité con Benjamin en Ruai, la casa grande de Kwetu. Vino con otro hermano, más pequeño y de dientes inmensos. Al atardecer nos dirigimos en coche hacia su casa. Yo llevaba tiempo guardando en mi corazón la propuesta de invitar a los padres a que tomáramos cuidado también de los dos hermanos que todavía no estudiaban con nosotros. En la puerta de su magnata estaba el abuelo. «Tiene 120 años», me aseguró orgulloso Benja, y al verle le creí. El hombre, con sus lóbulos tremendamente alargados en los que lucía unos preciosos pendientes, golpeaba con el machete unos maderos, como esperando a que pasara la vida. Yo estaba rodeado, como siempre, de una nube de niños, entre divertidos y asustados. La madre de los 4 hermanos me esperaba dentro de su casa. Me regaló un collar hecho por sus manos, una pieza colorida y hermosa en la que había invertido muchas horas. A eso, y a buscar leña, cocinar, cuidar de los niños y de la casa, se dedican las mujeres masai. De la pared interior, en esa estancia pequeña con tres sobrias butacas (no sé si los niños duermen en el suelo) colgaban dos posters: uno de Jesucristo en distintas escenas del Evangelio, otro con el listado en inglés de los 10 mandamientos.
Al cabo de tres días el padre de Benjamin se acercó a Strathmore, a formalizar la ayuda a sus otros dos hijos. Es un hombre de una humildad tremenda, que se fundió en un abrazo agradecido conmigo (¡con nosotros!). Se había puesto sus mejores galas, que no conseguían disimular su origen de pastor sencillo: una chaqueta oscura con la tela rota en la juntura de mangas y hombros, que me pareció el traje más noble del mundo.
Mama Benjamin, el collar y al fondo los Mandamientos
Suelo bromear con Benjamin. Cuando me comentó que va al colegio con transporte escolar, salvando así los 5 kilómetros que me hizo andar en nuestro primer encuentro, me ‘burlo’ de él y le llamo kikuyu. «¡Un masai no se cansa al andar!, ¡tú eres kikuyu!». Ante eso se revuelve, divertido, como una pequeña fiera: los masais son orgullosos de lo propio, y en su extrema pobreza parece gente muy unida y profundamente feliz.
«Me asombran estas personas. Son tremendamente auténticas: ¡cómo aman sus traduciones!». Así se expresaba Stephen, uno de los kenianos que me acompañó en esta última visita.
Nancy y Mama George
En Kibera es normal referirse a las madres con el nombre de sus hijos. Mama George se llama en realidad Alice. A mi me gusta compararla con la CIA, pues se trata de una mujer extremadamente informada de lo que hace todo el mundo, sin demasiados escrúpulos para inventarse los elementos necesarios para que sus explicaciones cuadren. Si quieres saber algo de las familias a las que ayudamos, pregunta a Mama George, y luego réstale todos los elementos de ‘realismo mágico’ que quieras, y así te pondrás al día.
Mama George quiso inmortalizar mi visita, con Patrick
Yo creia que era madre de dos niños: George y Joshua, al que llama ‘El Negro’ por el color más marcadamente oscuro de su piel. Su marido murió al poco de nacer George, en los conflictos post-electorales de 2007, a machetazos. Cuando les conocí ella acababa de salir de prisión, donde pasó 4 meses por robar en un mercado comida para que sus hijos se alimentaran. Eran tan pobres que dormían en el suelo, y algunos meses se vieron obligados a tener como techo las estrellas, pues no podía pagar el alquiler de 15 euros que el landlord les exigia por su chabola.
La he vuelto a ver en este viaje, y casi todo ha cambiado. Hará cosa de 8 meses que le hicimos un préstamo de 20.000 chelines kenianos (unos 170 euros). Con ellos compró carbón. Con el dinero del carbón compró ropa de segunda mano, y a partir de la venta de esta ropa su poderío económico no ha dejado de crecer. Ha dejado la chabola anterior y ahora ocupa dos habitaciones en Kibera, amuebladas, con un espacio donde poder dormir. Además la zona es mejor, «y solo es el principio». Aprovecha la ocasión para presentarme a su hija mayor, que yo no sabía ni que existía. Esta acaba de tener dos niñas gemelas. «Vive con su marido en Mombasa, en la costa, y he podido pagarle el viaje para que venga a verme por Navidad».
La hija y las nietas en la nueva casa
Ahora llevamos a sus dos niños a una boarding school, un internado. Pero ella ha puesto los recursos para comprar uniformes y cuadernos. «También quiero empezar a devolver el crédito que me diste, para que podáis ayudar a más personas», me cuenta. Quedamos en que este mes entregue el equivalente a 17 euros. Ella está orgullosa de saldar sus deudas.
«Javier, me habéis cambiado la vida. ¡Os estoy tan agradecida», indica. Y luego empieza a relatarme el who is who de las familias a las que ayudamos. No puedo no recordar a la Susanita de Mafalda.
George y, al fondo, Victor
Nancy es una kikuyu a la que casaron a los 16 con un anciano masai. Este falleció cuando tenian cinco hijos, siendo Winslet, la pequeña, apenas un bebé. Ahora Winslet es una adolescente muy guapa que tenemos en otro internado. Su hijo mayor murió el año pasado en un accidente de moto. Nancy cuida de la viuda y de sus dos nietas. A la mayor, Immaculate, de apenas 6 años, la llevamos al colegio.
Nancy en su nueva casa de Kibera
Ayudamos a Nancy con un préstamo para empezar con una granja de gallinas en el trozo de tierra que le dejó por herencia su marido. Empezó con 100. Vendió huevos y después todas las gallinas. Con el dinero que ha sacado se compró un ‘edificio’ de 10 habitaciones en Kibera. Ya ha alquilado todas (7 a una escuela) menos la que ha guardado para sí. Con el dinero de estos alquileres se comprará en febrero 200 gallinas, con idea de seguir doblando su capital.
Nancy y su proyecto inmobiliario.
Le hemos pedido que desde este mes empiece a devolvernos el préstamos (en este caso algo más de 1.000 euros), para que así podamos seguir con nuestra espiral de desarrollo.
La familia Njeri
Termino con ellos. Les conocí a raíz de su hijo Peter, uno de tantos niños de Kwetu. «Me escapé de casa porque pasábamos hambre, y pensaba que era por mi culpa», me dijo hace dos años.
Un día me encontré con la madre en Kwetu. «¿Te podemos ayudar con la educación de tus hijos?», pregunté. Aceptó encantada: tenían 9.
Damaris, la mayor, y Peter, están en internados. Stephen ha dejado de estudiar, porque no es lo suyo, pero cuando cumpla los 18 podremos enviarle a Eastlands College of Technology, un centro de formación profesional en el que podría aprender a ser mecánico.
Peter. Se tatuó tres lágrimas en la mejilla arrepentidoCon Peter, Judy y Esther, en Strathmore, hablando de los colegios
Las pequeñas son impresionantes. Me vinieron a ver en este viaje tras mandarles dinero para los billetes de matatu (las furgonetas descacharradas que hacen de transporte público en Nairobi). Una de ellas, mi querida Esther, de 10 años y capaz de hablar en un elegantísimo inglés, me pidió hablar conmigo en un aparte. Nos sentamos. Me dijo: «Prométeme que me harás el favor que te pido». Prudentemente le respondí que primero necesitaba escuchar su petición. «¡Prométemelo!», me insistió. «¿Qué quieres?». Y entonces lo dijo:
«Quiero irme contigo mañana a España. Quiero vivir contigo, que me lleves allí al colegio y que cuides de mí. Volveré a Kenia para hacer la carrera, pero por ahora necesito que me lleves a tu lado».
10 años. La miré a los ojos. Llevaba un precioso vestido gris, largo, y un pañuelo de naranja fuerte en la cabeza (pertenecen todos a una secta protestante que anima a las mujeres a llevar el pelo siempre cubierto, y así lo hacen desde que son bebés).
«Esther, ¡no puedo!»
«¿Por qué?»
«Por que lo dice la ley. Si te llevara conmigo al aeropuerto a ti te devolverían a casa y a mi me detendrían. Es imposible».
Con Esther, llorosa porque no se vino a Madrid
Inmediatamente rompió a llorar desconsolada.
«¡Llévame contigo! ¿Por qué no puedes? ¡Llevame!».
La consolé como pude. Prometí seguir cuidando de ella, de sus hermanos, y que cuando fuera ya mayor a lo mejor me la traía a España para hacer la carrera, que no podría olvidarla, que tenía en sus manos mi promesa. Eso la tranquilizo.
Al día siguiente, a través del increible trabajo de mi mano derecha en Kenia (Michael Babu) nos enteramos de que sus padres nos trataban de engañar con las matrículas de los colegios: habían llegado a un acuerdo con el administrador de un colegio que había preparado una ‘fee structure’ (un papel con los precios) tremendamente hinchado para repartirse entre ambos el superhabit. Entiendo yo que la situación de esos padres es desesperada (él fue despedido de su trabajo por alcohólico, ella me dijo que ingresa cada día unos 4 euros tras diez horas de trabajo…), pero aún así han roto la necesaria frontera de la confianza.
Entiendo ahora mejor las lágrimas de Esther. Y llevo varios días, junto con Michael, tratando de dilucidar cuál es en estas circunstancias el significado de la palabra ‘justicia’.
Llegué hace dos días a España. Jornadas intensas en Kenia, con múltiples visitas de familias y a familias, además de casi 20 horas de clase en poco tiempo. Quizá las conversaciones más importantes han sido con Sister Carol y Stephen, directora y administrador de Kwetu Home of Peace, el centro para rehabilitación y rescate de niños de la calle.
Tenemos un montón de proyectos ideados con ellos. Os los contaré en breve. Todos apuntan a dos objetivos: la sostenibilidad de Kwetu, y ayudar a que los niños no vuelvan a la calle cuando terminen sus dos años de estancia con las Sister
En esta entrada solo quiero que veáis las caras de algunos de estos niños. Eso os ayudará a adivinar sus edades. Cada uno de los retratados, en estos rostros con historia, ha vivido solo en la calle al menos tres meses. Algunos lo han hecho durante varios años. Todos han sobrevivido robando, escarbando en la basura, pidiendo limosna, durmiendo al raso en una ciudad dura como Nairobi, sufriendo violencia (física y, a menudo, sexual). Algunos, muchos, han sido también drogadictos, usuarios de pegamento o keroseno, porque eso les ayudaba a olvidar el frío, el miedo, el hambre y la soledad.
Ahora tienen un hogar e, indirectamente, tú y yo somos parte de su nueva familia.
El más pequeño de los que están en Kwetu: 7 añosDavid, de 6º de primaria. Seis meses en la calle.Las cicatrices que deja una vida duraAllan, también de 6º, de simpatía arrolladora.Romeo, el mejor rapeador del grupo.Los ‘mayores’: Anthony y Brian, que empiezan 2º ESOKevin sabe bailar mejor que nadieLa sonrisa: el gesto más habitual que hay en sus caras
Mis días en Nairobi se suceden rápido. Además he empezado con mis clases en un master universitario: ayer fueron seis horas y no me dejaron tiempo para mucho más (pude contestar unas llamadas, mandar algo de dinero para viajes de vuelta al colegio, consolar a otros, empujar unas gestiones que pudieran devolver la confianza a un matrimonio que se encuentra anímicamente por los suelos, etc.). Tengo la sensación de que esto nunca me había parecido tan intenso, ni tan duro: ver a gente que sufre, para los que no parece haber salida, puede ser desasosegante. Y ver tanta miseria, tanta pobreza, la basura por las calles, los olores, me sigue impresionando. Y, sin embargo, no dejo tampoco de encontrarme con maravillas: personas que gracias a nosotros han pegado ya un cambio radical a sus vidas (os hablaré en breve de nuestras business women) y, sobre todo, los niños. Os pongo unas fotos como muestra.
Moses Javier, lleno de vida
El primero es Moses Javier, ese niño al que adoptaron mis amigos Oloo tras llegar al acuerdo de que yo les echaría una mano en el sustento. Es un niño muy simpático, juguetón, que investiga el pequeño mundo de la sala de estar de su casa con intensidad, y que destila vida por todos los poros. Solo por él, merece la pena la experiencia Karibu Sana.
La princesa de Nairobi
Su hermana Joan, a la que quise invitar a España, y que pasó un mes en casa de mi hermano y en el colegio de mis sobrinas. Eso le ha abierto tremendamente los ojos, le ha regalado otra perspectiva, y espero que le haya ayudado mucho. Ellos viven en una casa normal, con las estrecheces propias de personas acostumbradas a dar mucho a los más pobres, si bien su padre tiene un empleo e ingresos fijos gracias a su trabajo como mantenedor del mayor hospital del país. Joan es muy buena chica, sencilla, callada, alegre y bromista. A la vez sufre las penas propias de las adolescentes (¡la vida se les llena de tremendos ‘dramas’) y es encantadora.
Winlest Lankas, alegre, divertida y en el futuro ¿abogada?
O Winlest Lankas Selayan, nuestra alumna masai. Lleva con nosotros dos años y se cambió el último trimestre a un internado donde pudiera estudiar Ciencias Sociales (aunque, horror, la Química es obligatoria para todos). Vive en el colegio y las vacaciones las pasa a caballo entre su casa en Kibera o el terreno que tiene su madre en tierra masai, donde se dedica gracias a nuestra ayuda a la cría de gallinas. Winlest es callada, le encanta llevar gorros o ponerse pelo de colores, es muy aplicada y está en proceso de bautizarse, lo que le hace una gran ilusión.
Immaculate, huérfana, soñadora, con mirada profunda
Immaculate es su sobrina. Quedó huérfana de padre en diciembre de 2016, mientras este ayudaba a la madre de Winslet a construir el gallinero. Tanto esta niña como su madre, la viuda, viven ahora con la madre de Lankas. Eso sí, les dije que nos encargaríamos nosotros de la educación de la pequeña, y así lo hacemos. Para la foto puso su disposición de modelo (¿cómo es que esta niña sabe perfectamente cómo hay que posar). Me hizo gracia comprobar que el jersey que lleva es el mismo con el que la conocí hace 14 meses: en Kenia las cosas duran.
David, delgado, pequeño, líder entre los suyos
David vive en Kwetu. Cuando vine a Nairobi en junio había huído de allí. Me dio tanto coraje que me lancé a su busca. Fui a la estación de autobuses de Nairobi (un lugar donde reina un caos que no podemos imaginar, lleno de ruido y furia que nada significa…) y concentré a un grupo de 30 niños de la calle que andaban por ahí (sucios, la ropa negra de mugre, las botellas de plástico con pegamento insertadas en la boca) y les mostré la foto de este niño mientras mi acompañante (un niño de Kibera) se apartaba asustado por ellos. Uno de los presentes me dijo que le conocía, y que le daría mi recado: «El muzungu (blanco) ha vuelto, y te busca». Coser y cantar: al día siguiente volvió a Kwetu y me acerqué a abrazarle, y a sacarle la promesa de que no volveria a hacerlo. El viernes estaba en la casa madre de Kwetu en Ruai. Volví a asegurarle (a él y a la monja principal) que podía contar con nosotros: que seríamos su esponsor y que no tenía nada que temer. Es de los niños que no puede volver con su familia: son tan pobres que en cuestión de días David estaría de nuevo en la calle. Rezo porque no le perdamos.
Víctor: verle siempre es sorprendente
Sabéis de mi debilidad por Víctor. Y está bien fundada: es el niño que removió mis entrañas de modo que nos lanzamos a dar comienzo a Karibu Sana. Su familia está sufriendo un montón por el mordisco de la pobreza: llevan una semana que solo pueden comer una vez al día, y de un modo tremendamente básico. Se me rompía el alma al ver a sus padres (ninguna formación, corazones gigantes) tan hundidos. Y, sin embargo, Víctor no ha dejado ni un segundo de darme lecciones. Primero de humildad: me dijo que pensaba que lo mejor sería repetir 7º, porque tiene muy mala base. Es verdad: cuando le conocí había perdido ya dos años de escuela. Si no nos hubiéramos encontrado ya serían cuatro y no habría nada que hacer. Con 15 me plantea repetir nuestro 1º de la ESO (que se hace a los 12/13). Yo le he dicho que no: que pase a 8º (2º de ESO) para acabar la primaria y que si no sale bien repita. Quiero además llevarlo a un internado, de modo que esté en mejores condiciones y los padres tengan una boca menos que alimentar. Me ha vuelto a dar también lecciones de generosidad: nos invitaron a una Fanta en una de las casas que visitamos. Yo dije que no quería (sé lo que gana la mujer de esa casa) y él no dejaba de obligarme a tomar de la suya, ¡el mismo día en que llevaba sin probar bocado desde la noche anterior! Me conmuevo al pensar lo que le quiero, y lo que me encantaría que realmente salgan adelante. Trabajo muy seriamente en ello.
No tenía escapatoria: bebería de su fantaEsther, flor de mayo
Su hermana Esther no le va a la zaga: de 11 años, muy pequeña de tamaño, delicada como una flor de Mayo, muy responsable, que sufre por el hambre y por no tener zapatos, y porque es una niña presumida (porque es una niña normal, fantástica), y que lloraba desconsolada cuando le dije que tenía que marcharme, aunque durante mi larga visita su vergüenza casi no le dejara ni atreverse a mirarme.
Benjamin Kipataa con su abuelo, en la puerta de su magnatta
Le tengo especial cariño también a Benjamin (en realidad, me parece que a todos los niños que conozco). Él es masai. Tiene la voz rasposa. Habla con fluidez tres idiomas (masai, kswahili, inglés) y, aunque también es pequeñajo, tiene ya 14 años: ahora empieza 8º, donde deberá ponerse las pilas porque a fin de curso se enfrenta al examen de ingreso a la secudaria (como Víctor). Vive en un poblado masai. Llaman a las casas magnatta (pronunciado mañata). Las auténticas se construllen con maderas y el estiercol de sus vacas: algunas de las del poblado son así. Gracias al Cielo la suya es de planchas de metal. Viven entre los rebaños de vacas y cabras, él, sus hermanos y padres y otras siete familias. Los niños corretean sucios entre el estiercol y el polvo, y son tremendamente felices. Me presentó a su abuelo, «tiene 120 años», me aseguraba. Otra anciana se me acercó ataviada con las coloridas ropas de los masai (las mujeres usan verde y amarillo, mientras que los hombres rojo). Los dos viejos tenían tremendamente crecidos los lóbulos de las orejas. Benjamin no: aunque pastorea vacas desde los seis años, viste como un niño normal , aunque viven en una pobreza asombrosa. Su madre quiso regalarme una de las joyas que prepara con abalorios (una pieza para el cuello realmente bonita). Con una decisión que se cultivaba hace ya meses en mis adentros, le dije a la buena señora que pagaremos la escuela no solo de Benjamin y de su hermana, sino también de sus otros dos hijos: ellos comprarán los libros, o al menos compartiremos ese esfuerzo, y nosotros pondremos la semilla de la educación en esta comunidad misteriosa, antigua como la humanidad.
Emmanuel, con su alegría trasciende su sufrimiento
Por último, mis debilidades no tienen fin, la foto de Emmanuel. Es el chico que casi muere de un problema renal el año pasado. Nosotros pagamos la factura del hospital. Para que os hagáis una idea, nos hemos lanzado con la reforma de la casa principal de Kwetu (baños, cañerias, rehacer algún muro, mosquiteras para 50 literas, 220 litros de pintura, los sueldos de los obreros…) y nos va a costar bastante menos que su tratamiento (por cierto, ¡necesitamos inversores!). Volvió al colegio hace dos días. Vive en Kwetu cuando está de vacaciones pues en su casa sufrió todo tipo de violencia. Es un misterio lo bueno que es, el modo en que mira, su increible sonrisa, su paciencia.
Flores en el estercolero. No puedo evitar el recuerdo de esa idea de Hanna Arendt: con cada persona empieza siempre, de forma radical, la novedad, lo nuevo. La vida de estos niños no la querríamos para los nuestros. Pero late con una fuerza inmensa, y llena de esperanza. Tú y yo podemos cuidar de ellos, arroparlos con nuestra atención, asegurarles algo mucho mejor de lo que en principio les espera.
La jornada de hoy en Nairobi ha sido tremendamente intensa. Me he levantado a las 5,30 (hora de Kenia, ¡las 3,30 en España, que es donde se encontraba mi biorritmo!). Me encontraba tan cansado que he decidido desaparecer un rato tras el desayuno. El día anterior, con mi cena con los Oloo, había llegado a las 11 de la noche a casa y mi viejo cuerpo pide tregua.
A las 12 me he digido a Kwetu. La directora (Sister Carol) y yo hemos compartido sueños. También se encontraba Stephen, el administrador. Hemos hablado de su gran preocupación, y de las mías. La de ellos (y la mía) es el elevado índice de niños que tras sus dos años aquí terminan volviendo a la calle. «Se nos rompe el corazón por esto», me reconocía la monja, una keniana de mediana edad y de sonrisa muy optimista. Me daba razones: la pobreza de esas familias, el que algunos no vuelvan con sus padres sino con parientes que no se interesan por ellos, ¡el que algunos padres renuncien a esos hijos que ya consideran perdidos! (me contaba, muy dolida, que al entierro del pobre Kevin el padre llegó con retraso de casi dos horas, la madre no quiso ni acercarse al féretro, y fueron las monjas y los niños los que se acabaron encargando de todo, gastos incluidos).
Al final los chavales se inclinan por lo que ya conocen: la calle. Bastantes vuelven allí durante el periodo de vacaciones (el más crítico en una familia sin ingresos, porque no pueden alimentar a los niños), para reintegrarse en el colegio durante el curso. Otros, muchos, se pierden. Se nos rompe a los tres el corazón. Pero los audaces también actúan, y por eso surge rauda la pregunta: «¿Qué podemos hacer?».
Samuel: acaba Kwetu y va al colegio. ¿Volverá a la calle?
Ahí la palabra mágica es ‘sostenibilidad’, buscar maneras para que Kwetu produzca dinero. Me dice Sister Carol que ha estudiado economía agrícola, y que lo sabe todo sobre cultivos. Que por eso mismo le extraña que las tierras de Kwetu en Ruai produzcan tan poco: han empezado a replantearse lo que hacen, a tomar cartas en el asunto…, y va a funcionar. Me veo hablando, yo que soy filósofo, de raíces, cultivos, aguas, un estanque en el que podríamos criar peces. ‘Nada humano me es ajeno’ decía Terencio. Y otros modos de hacer crecer esa dimensión viva: construir un gallinero (me mandan la propuesta), cambiar las vacas por vacas más lecheras y comerse a las presentes improductivas, etc.
De todos modos, el proyecto principal es el de los paneles solares. Para Kwetu el tercer gasto más elevado (después de educación y comida) es la electricidad. Y yo les digo: «Seguir empujando para tener cuanto antes el presupuesto. Cada mes que pasa, dinero que perdéis, y deberíais usarlo para otros fines » (pagar profesores y trabajadores sociales, para crear así un verdadero proyecto, es el que yo más quiero). Nos va a costar, calculo, unos 40.000€. ¿De dónde saldrán? No me importa, saldrán, que es lo necesario.
2) Jane Njeri, mis dudas
Tras esta reunión, a eso de las 13,00, viene a verme Jane Njeri. Llevamos ya dos años de relación. Ella aporta a los niños (sus nueve hijos, sus sobrinos también) y yo busco los medios. Son un matrimonio mayor para los estándares locales. Su primera hija tiene 30 años. La pequeña apenas 15 meses. Entre medias hay otros 7 en edad escolar. El marido perdió el trabajo por su alcoholismo y nunca ha sido capaz de encontrar otro, aparte de los que tiene en sueños. Él gana 1,5 € al día. Ella, tras el último parto y varias enfermedades anteriores, se ha puesto a trabajar en una ‘tienda’ (uso los signos porque es un puesto en el que solamente se venden tomates), haciendo tal vez otros 2 € diarios. ¿Cómo se alimenta a 8 niños y 2 adultos con 3,5€ por jornada? Durante el curso gracias a que les enviamos al colegio: las vacaciones son sin embargo un drama.
Jane, 49 años, 8 hijos, en Karibu Sana desde el principio
Esta mujer, ya muy cansada, ha venido a verme sola, sin sus hijas que me adoran, porque no tenía dinero más que para un billete. Me ha enseñado la propuesta de escuela para los más pequeños. ¡Demasiado cara!, le he tenido que decir: el precio de esa escuela (al cambio unos 50/60€ al mes por niño) está muy por encima de los 12/20€ que normalmente pagamos por los alumnos de primaria. Son cinco hermanos: 250€ al mes, 750 por trimestre. «¡No puedo!», le digo, «¡Tengo con ellos a 107!». Además los tres mayores seguirán en sus internados, y no tienen –literalmente– ni para zapatos.
«¿Por qué me he metido en este lío?», me pregunto. «Kwetu, los niños que vuelven a la calle, esas vidas tristas de pobreza salvaje, los 1,5€ diarios de sueldo de personas buenas que no saben hacer nada, el presentismo radical que impone la pobreza…». Interesantes motivos para el desánimo. Absurdos también: cada uno de estos, desde Víctor a Emmanuel, Dammaris o Peter o Stephen o Lucy o Esther o Millicent o Roberto o Michael o la recién llegada Vera, merecen esa apuesta.
Millicent, de 5 años, hija de Jane
3) Dos llamadas
Al rato recibo dos llamadas. Primero la de Meshack Omondi. Se han ido de Kibera, han vuelto a vivir en el pueblo: él, que sufrió tanto en alguna de sus escapadas de casa –le violaron–, la madre que se enocontraba desbordada por la desesperación y la vida, los otros dos hermanos, la ausencia de los distintos padres de esas criaturas. Me dice que es feliz. También que no tienen los 19€ que necesitan para el transporte desde el pueblo hacia la escuela.
La segunda es de Austin, mi ‘hijo’ adolescente. No lo tenemos facil: huérfano total, sufrió un serio trauma tras la desaparición de su padre. Además, los años en la calle han hecho mella en su capacidad de concentración, en su estudio, y con frecuencia en su facilidad para meterse en líos. Se ha escapado a veces, me ha engañado otras, pero siempre encontrará nuevas oportunidades, hasta que vea que realmente le merece la pena cambiar. Hace dos meses se escapó de la escuela (internado) por culpa de un robo que había perpetrado. Desapareció por tres semanas. Su tía, que se llama Priscillar pero es paciente como Penélope, le recibió de nuevo. El tonto de él me llamaba con miedo, por si no quería yo hablar con él. Hemos quedado en vernos mañana, en rehabilitar la parábola del hijo pródigo (me toca el papel de padre, y cubrirlo de besos) porque me ha vuelto a prometer, literalmente, «No volverá a pasar, de verdad, estudiaré en serio». ¡Querido Austin!
4) La infancia de Tobías
Cuando me ha llamado marchaba yo con Tobías Oloo y con su hija Joan para visitar el posible colegio de la niña, que pasa a secundaria. Las clases ya han empezado y todavía están en eso: el providencialismo es lo que tiene, que nos empeñamos en ganar la lotería sin comprar el décimo. Me llevan a un colegio precioso, pero carísimo para los estándares del país: solo los grandes sueldos pueden permitírselo, y Tobías (un pastor en una iglesia en Kibera que se gana la vida como mantenedor en el mayor hospital del país) no es uno de ellos. Para evitar el chantaje emocional le aseguro que pondré de mi propio bolsillo el 50% de lo que cueste, pero seguidamente recomiendo a Tobias que busque un centro más económico (sé que ellos no pueden costear el otro 50%). Me encargaría yo encantado de la educación de esta niña (la quiero como a una hija), pero sé que no es lo que debo hacer.
Tobías con su hija Joan, buscando colegio
Durante el viaje me cuenta Tobías algo de su historia. Viene del Oeste, de Migori, en la frontera con Tanzania. Su padre murió cuando su madre estaba embarazada de él. Esta mujer, por leyes sociales de la zona, tuvo que casarse con el hermano de su marido, un polígamo. Sería la 9ª esposa de un total de diez. Iba a ese matrimonio con tres hijos propios. Sabía que eso era malo, pues su nuevo marido tenía unos 100 en total, y el pastel a repartir era tan exígüo que la madre sabía que las otras esposas matarían a sus hijos para que no se llevaran nada. Tras mucho suplicar, el marido la dejó marchar a otra zona, donde esas arpías no pudieran acercarse. La infancia de Tobías, siempre en privaciones tremendas (se daba por hecho que ir al colegio era algo innecesario para alguien destinado a trabajar en el campo) transcurrió con ropa rota y sin zapatos hasta los 20 años. Nunca tuvo un padre, y quizá por eso le cuesta tratar a sus hijas. Además, muchos de estos familiares se dedican a la brujería: he visto a la pequeña Joan temblando cuando me narraba el miedo que le dan algunos de sus parientes, y la envidia que sabe que les causa el que ella viva con sus hermanos en Nairobi. «Pueden maldecirme, ¿sabes? A mi padre le maldijeron y se quedo paralítico durante una semana», me cuenta llorosa. Yo le digo que se deje de historias, que tenemos a Dios de nuestro lado, que Dios es su padre y la quiere con locura y ya no hay nada que temer. Sus ojos inmensos me dicen que le encantaría creerme.
A los 20 Tobías pudo enrolarse en Young Civil Service, un cuerpo casi militar que ofrece formación profesional a los que participan. Allí aprendió todo lo que sabe y, tras los 18 meses de servicio, empezó a trabajar de mantenedor en el hospital donde sigue ahora. Poco más tarde sintió la llamada para ser pastor, se formó en una universidad, conoció a Judy, que ahora es su mujer, y la madre de Judy le permitó que como dote presentara solamente lo que equivale a 300€, una auténtica ganga.
De vuelta de la visita les he pedido que me dejaran en un lugar del que yo sabía que partía un sendero hacia mi casa. Así podrían evitar el atasco, y yo estiraría mis piernas. Se han ido. Resulta que el sendero ha sido cerrado hacia la mitad. Me he visto obligado a caminar por las vías del tren, las que inexorablemente entran en el slum de Kibera. Pasaba poca gente por ese paisaje (un milagro rural en mitad de la gris Nairobi), y yo me preguntaba de nuevo ‘¿Qué hago aquí?’. En el corazón de África, aconsejando a un pastor cómo mejorar con su familia, cuidando de una niña de 14 años que no sabe dónde seguir estudiando, charlando y compartiendo tazas de té con personas que no llegan a ingresar 60€ mensuales, decidido a lo que sea para mejorar la vida de los niños abandonados del mundo. Los demás viandantes, todos negros, me saludaban educadamente. «Habari!», me ha gritado una mujer desde una chabola. «Musuri!», la he contestado yo, sonriendo: ‘¡Hola!’, »Buenas tardes!’, es el significado de nuestra conversación.
5) ¿Y de verdad soy distinto?
Me decía Sister Carol: «Javier, tú eres distinto. A nadie les importan estos niños, y en cambio ellos te conocen y te quieren porque perciben perfectamente el cariño que les tienes. Eres alguien especial». Yo contesto que no es verdad. «Ocurren dos cosas, Sister. Primero, sin duda, que como católico sé que cada uno de estos pequeños, que cada persona, ha sido querido infintamente por Dios, y se merece por tanto todo mi cuidado: ¡no hay personas de segunda clase! Segundo: en mi país no hay niños en la calle. Lo que pasa aquí me descoloca tanto que sé que no puedo pasar sin tratar de hacer algo. Y como yo, de verdad, son todos los que me ayudan, muchos de los cuales hacen un esfuerzo importante para poner su grano de arena en forma de donativo (algunos puñados, porque pueden y quieren) para que al menos la vida de unos pocos sea mejor. No soy especial. Cualquiera con dos dedos de corazón lo haría».
Y sé que no estaba mintiendo. Ni sobre mí, ni sobre vosotros.
Cuanto más gente que nos ayude me ayudéis a encontrar, más niños apoyaremos y mejor podremos apoyarles.
Ayer día completo. Llegué a las 5,30 (3,30 en España). Dormí hasta las 11,30 (pequeña parada a las 7,00 para saludar en mi casa y desayunar). A las 12,00 a Misa. A las 13,30 comida. A las 14,00 en Kwetu Home of Peace. Justo antes de entrar me encontré con William, un pobre niño medio abandonado con el que siempre me topo en Nairobi (¿irá al colegio algún día?). Y sigo por fotos:
1) Dos niños que empezarán el programa de Kwetu el 17 de enero. Desde mañana van a vivir aquí. Están en la calle, como tantos miles. Hablando con la monja me cuenta la dificultad para que, al terminar el programa, esos niños vuelvan con sus familias: o son pobres, o son parientes distintos a los padres que no se ven con fuerzas, o simplemente les rechazan por haber vivido en la calle. Hablamos de reforzar el proyecto de Kwetu. Necesitan más trabajadores sociales, para tratar a esos padres. Y para eso, dinero. Buscamos vías de ingreso: la granja, empezar con los paneles solares y lo que salven en energía dedicarlo a sueldos, enviar a los niños a internados…
Desde hoy duermen en Kwetu, no en la calle
2) Venom. Está terminando su estancia en Kwetu. Irá a un internado. Lo que más desea es estar con su familia: ha pasado más de 3 años sin ver a su madre y la reencontró, gracias a Kwetu, hace seis meses.
3) Estoy con Emmanuel, el niño al que pagamos la factura de una larga enfermedad justo hace un año. ¡Feliz! Empieza ahora 5º de primaria, y es un tío impresionante. La salud parece que va cada vez mejor, aunque sigue con medicación para sus riñones.
4) Patrick y su hija Esther. Él es el padre de Víctor, el primero al que ayudamos. La niña venía enfadada porque ese día no habían podido comer: no hay dinero. Él trabaja de porteador en un mercado, pero las cosas van muy mal. Hay días que gana 2 euros, otros 1, muchos nada. Traía su ropa rota. Me lo decía muy claro: «Javier, ¡no tenemos nada!».
5) Ya en casa de los Oloo, que dirigen Desert Streams of Kibera, un colegio al que van muchos de nuestros niños. En la primera foto, Masha y Barbra (las hijas) con Ian (un niño al que llevan un año acogiendo porque no tiene padres y sufría maltrato).
6 y 7) Moses Javier, 15 meses, un terremoto dedicado a alborotar, romper, desparramar comida por la habitación, investigarlo todo, ser feliz.
Es la hora de los resúmenes del año. También para Karibu Sana, este pequeño proyecto con el que pretendemos cambiar (empoderar) la vida de un buen grupo de niños y niñas en Kenia.
Lo primero, la trasparencia. Como seguro que ya sabéis, desde el principio (hace algo más de dos años) nos pusimos en manos de la Fundación Valora para que ellos se encargaran de gestionar el dinero, de manera que ningún donativo pasara por manos ‘particulares’. Desde el mes de noviembre hemos traspasado esta gestión a la Fundación Promoción Social, porque están más centrados en el campo de la cooperación (la Fundación Valora trabaja en la distribución de excedentes, más que en la cooperación internacional). La Fundación Promoción Social tiene sus cuentas auditadas por la firma AEA Auditores de Empresas Asociados, S.L., además de cumplir todos los requisitos del sello de trasparencia de la Coordinadora de ONGD–España. Por ese lado debemos estar tranquilos: todo lo donado a través de Karibu Sana va a una cuenta perfectamente controlada. Y no aceptamos donaciones que no vayan por esta vía bancaria.
Con alguno de nuestros alumnos de bachillerato
Además en Kenia lo hemos organizado con el mismo nivel de control: el dinero va de España a una cuenta deStrathmore University que necesita tres firmas para poder manejar dinero, siendo las tres de miembros del comité de gobierno de esa universidad y controlados todos los movimientos por el Departamento de Finanzas. Como sabéis, lo que hacemos desde allí es enviar dinero directamente a las cuentas corrientes de los colegios de nuestros alumnos, de modo que quede asegurado el pago y no se pierda nada por el camino. Llevando el control final se encuentran Michael Babu, bajo la supervisión de Luis Borrallo (un español que lleva viviendo en Nairobi los últimos 20 años).
A veces hay otros gastos (uniformes, zapatos, ayudas familiares, médicos…). Siempre los pedimos contra factura, pues así lo exigen en Strathmore. Eso es a veces emocionante en un país en el que la ‘economía informal’ es la gran protagonista del comercio local. También pedimos los informes de los colegios, para asegurar que los niños van a clase, y para animarles en el esfuerzo: les recordamos que nuestra ayuda va de año en año, y que la familia siempre debe colaborar en algo.
La comunicación Madrid/Nairobi es tremendamente fluida: las nuevas tecnologías lo facilitan enormemente. Tanto el e–mail (nuestro medio habitual de trabajo) como las llamadas o video llamadas por medio de Messenger o Whatssup resultan muy eficaces.
2. Algunos eventos de 2017
El año empezó con dos hechos extraordinarios. Uno fue la enfermedad de Emmanuel, niño de Kwetu Home of Peace que estuvo a punto de morir por una insuficiencia renal. Casi un mes en la UCI y una factura de 12.000 $ fue lo que nos encontramos. Pudimos cubrir los gastos gracias a una donación providencial (llego esa misma cantidad un día antes de que las monjas me comunicaran un poco angustiadas el coste del tratamiento, equivalente al sueldo de 12 años de alguien del slum) y Emmanuel ha podido hacer con normalidad 5º de Primaria y está sano y feliz.
Emmanuel, ya curado, feliz de la vida
El 9 de enero ardió por los cuatro costados ‘Desert Streams of Kibera’, un colegio en el que estudian 20 de nuestros niños. Kenia no es España: llevan todo el año para conseguir papeles que les reconozcan la propiedad del terreno. Cuando lo hagan, en la medida de nuestras posibilidades, haremos una aportación para la construcción del nuevo centro escolar. Tiene que ser siguiendo los estándares de Kibera (no puede ser lujoso, pero espero que por lo menos sea de piedra y no adobe o madera, tengan buenos pupitres y luz suficiente). Queremos construir también dos habitaciones para que puedan dormir allí niños y niñas huérfanos totales o que sufren maltrato, a los que hasta el momento la directora –mi amiga Judy Oloo– acoge en su casa. Tengo a un amigo arquitecto que vive en Nairobi (el mismo que ha diseñado Strathmore University) dispuesto a ejecutar el proyecto. ¿50.000 €? Pero primero los terrenos. Pensando en esto, hemos ido haciendo cierto acopio de fondos.
Tenemos otro gran proyecto de construcción, para el cual sigo esperando presupuesto. Se trata de proporcionar energía solar a Kwetu Home of Peace, de modo que todo lo que ahorren en electricidad lo puedan emplear en sueldos para los profesores y trabajadores sociales. Creemos que el mejor modo de ayudarles es aportando a su sostenibilidad: energía, la granja de la que comen y de la que venden excedentes, la formación de bio combustible para cocinar. En Strathmore están trabajando en esto (tienen un departamento de investigación en paneles solares) y en enero nos tendría que llegar un presupuesto. ¿40.000 €?
3. Becas Educación Karibu Sana
En la actualidad pagamos el colegio de casi 100 niños. En enero de 2018, cuando empiezan el curso, serán unos 108. Queremos parar ahí, para poder atenderles bien a ellos y a sus familias: quizá podríamos crecer, pero eso redundaría negativamente en la calidad del trato. El gasto de estas matrículas lo podemos cubrir casi por completo con las aportaciones mensuales que hacéis los colaboradores de Karibu Sana. Es verdad que un poco más de holgura nos vendría bien, sobre todo en la medida en que crecen las peticiones de ‘boarding schools’ (internados) para los alumnos y alumnas de Secundaria.
Se llama Lucky, es uno de nuestros ‘beneficiarios’
Nuestros ingresos de aportaciones ‘pequeñas’ (que son inmensas en valor) supera algo los 2.500€ mensuales. La mayoría son entre 10 y 20€, hay alguno de 100 o 150, uno de 250, y todos son tremendamente importantes para nosotros. Con estas aportaciones estamos casi llegando a los 30.000€ anuales, que es una cifra imponente.
Aparte hemos tenido ingresos puntuales de cantidades más elevadas. Personas que ven que tenían posibilidades y nos han donado de golpe 500, 1.000, incluso 3.000€. Son estas aportaciones las que nos han permitido hacer un poco de tesorería (tanto para los proyectos de construcción como para tener un ‘plan B’ con el que seguir pagando los colegios de esos 107 niños).
Una de las ayudas más fieles nos viene desde Boadilla del Monte, por medio de Kelisidina Ayuda, iniciativa que merece verdaderamente la pena conocer. Aquí una explicación de su proyecto: ¡gracias Luis!
Una colaboración con Gilmar Grupo Inmobiliario, y con Flamingo Sunglasses, (gracias a la labor de mis amigos Javier, Laura, Ignacio, Mallo, etc.) permitió que en un evento social durante un fin de semana en el Club de Campo de Madrid recaudáramos 4.700€. Estoy en pleno proceso de abrir relaciones con otras empresas (algunas fundaciones de Madrid, un grupo de empresarios malagueños, ¡lo que se os ocurra!) que vean en el apoyo a la educación un modo de ‘devolver a la comunidad’ lo que de ella reciben. En este sentido, el apoyo de Fundación Promoción Social va a ser clave, pues conocen convocatorias y se presentan a ellas con entusiasmo.
Caballo y unicornio solidarios en Gilmar
En enero me instalé en Madrid. Han sido meses de esfuerzo por ‘aterrizar’ en la ciudad que me vio nacer y de la que me marché hacía 30 años. He tenido múltiples ocasiones de encontrarme con los antiguos amigos y de ir haciendo nuevos. Algunos han tenido la iniciativa de convocar a amigo suyos a cenas en las que yo les presentaba Karibu Sana, un tema que siempre me entusiasma. Ignacio, Mercedes, Paloma, etc. De esos encuentros siempre han salido colaboraciones (tanto económicas como ideas de actividades que se podían hacer). Yo siempre estoy dispuesto a participar en esas actividades, ¡de modo que espero iniciativas!
4. Con Kwetu Home of Peace
En mayo comenzamos una pequeña campaña para ayudar a Kwetu en un aspecto muy concreto: financiarles una furgoneta. Habíamos descubierto (gracias a mis hermanos Gabriel y Miguel, que pasaron por allí en febrero) que muchos de los niños acogidos en Kwetu andaban hasta 24 kilómetros diarios para ir y volver del colegio. Eso suponía más de 4 horas de marcha, por carreteras peligrosas y casi siempre oscuras (volvían con el sol ya puesto, en ese ecuador de 12 horas exactas con luz). Muchos llegaban al colegio extenuados, y rendían poco debido al cansancio. Otros se habían hartado, y habían huido del proyecto.
Nos costó lo suyo: no se trataba solo de conseguir un vehículo, sino de financiar el seguro, combustible, conductor y reparaciones. Nos presentamos a un concurso de la fundación de una gran empresa, y no lo sacamos. ‘Ha gustado mucho’, me dijeron, ‘pero de los 3 que pasasteis al final elegimos solo a uno’. ‘Pues podíais haber escogido los tres, que potencial económico no os falta y estos niños van a seguir yendo a pie a clase’, les respondí. Quise insistir: ‘¿Qué significa ‘gustar’? ¿Acaso hay que hacer un vídeo muy tierno para que los donantes se sientan bien?’, dándome un poco igual si no hacía amigos.
Pero lo conseguimos: las monjas recibieron la donación de la furgoneta por una ONG italiana, y nosotros nos hemos comprometido a la manutención (unos 4.000€ al año, si no se estropea mucho en esas carreteras terribles).
A Kwetu también les hemos donado zapatos y mochilas escolares. Es decir, 125 pares de zapatos y 125 mochilas, aparte de un buen número de uniformes (¡casi 4.000€!). ¡No sabéis lo alegres que se ponen cuando de pronto pasan a tener algo que pueden decir propio, y encima es nuevo! Estos niños viven, realmente, sin nada, y tras ese episodio durísimo de la existencia en la calle es una delicia verles orgullosos de ser, vestir, jugar y estudiar como niños normales.
Michael, Venom y dos Samuel con su equipo para el colegio
Hemos dado pequeñas ayudas a dos colegios (Desert Streams y Transform School) para que pudieran comprar libros, bolis, cuadernos, para sus niños. Cada uno de ellos ha recibido unos 2.500€. A eso ha ayudado mucho el que una fundación, que nos había concedido un crédito para hacer algunas mejoras en estas dos escuelas, nos condonara la devolución de 6.500€ a raíz del fuego en Desert. Como quedamos, todo lo que hemos podido salvar por ahí lo vamos ‘devolviendo’ con ayudas a esos centros escolares.
5. La Web
En septiembre empezó mi contacto con Manuel y su empresa, Luk Comunicación, que nos han donado el logotipo y el diseño de la página web. Es una herramienta extraordinaria, que nos ayuda a llegar a mucha gente. Por tener, ya tengo hasta tarjeta de visita: todo un logro para un indocumentado como yo.
6. Nuestros gastos
¿Qué gastos tenemos, además de los propios de ayuda a estos niños? Estar en la Fundación Promoción Social, con su estructura de gestión y con las personas que trabajan consiguiendo proyectos o extendiendo certificados de donación, supone un 7% de los ingresos de Karibu Sana. Para que os hagáis una idea, es exactamente el mismo tanto por ciento que dedica Mary’s Meals (uno de los proyectos más emocionantes que conozco) a estructura: con eso aportamos a cubrir sueldos, material de oficina y alquileres de lo que hace posible que la cooperación funcione. Dicho en positivo: el 93% de cada euro donado llega a Nairobi, pues no tenemos absolutamente ningún gasto más.
Yo estuve en Nairobi en junio y vuelvo ahora en enero. El viaje de junio lo pagué de mi bolsillo (hago primero una donación a Karibu Sana, de forma que se me pueda reintegrar) y el de enero lo paga Strathmore University pues voy a dar unas clases a la vez que visito a nuestros beneficiarios. De un modo similar actúo con Moses Javier, ese niño que ya ha cumplido un año y que ha adoptado la familia Oloo: me encargo de su mantenimiento a través de Karibu Sana por medio de mis donativos. Todo lo que donáis vosotros va íntegro a la educación de eso 108 niños, al apoyo de Kwetu, a las necesidades que nos van saliendo.
Moses Javier, pletórico tras un año de vida
7. ¿Fracasos?
Hemos tenido algunos fracasos. Podríamos llamar así al fallecimiento de Kevin, del que hablé hace unos días, aunque evidentemente no es culpa nuestra. Además no es claro que sea un fracaso: veo a Kevin en el Cielo, con una felicidad inmensa, a carcajada limpia mientras intercede por nosotros ante Dios.
Sí son fracasos, en cambio, los niños que han dejado Kwetu. Ahí hemos puesto un inicio de solución con la furgoneta (duele mucho saber que uno se rinde por un motivo de tan ‘fácil’ solución), y si con el cambio de fuente de energía conseguimos reforzar la motivación de los profesores porque de lo ahorrado las sisters saquen su salario, sin duda haremos más sencillo que esos niños se reinserten. Siempre habrá un tanto por ciento de abandono, y eso es doloroso, a la vez que un misterio.
Los que van al colegio lo siguen haciendo, y les ha mejorado tremendamente la vida. Tuve un susto, uno más, con Austin, quien se rindió en un momento dado, pero espero terminar de confirmar su deseo de seguir en el empeño de educarse cuando vuelva a Kenia en enero.
8. Algunos planes
¿Y qué planes tenemos? La normalidad: que los 108 se eduquen en un ambiente positivo para su infancia o adolescencia; poder emprender esas obras en Kwetu y Desert gracias a algunas donaciones especiales y generosas (que estoy convencido de que se darán, y de que alguno de los lectores puede ayudarme a conseguirlas); poner nuestro grano de arena con esas personas que han caído en nuestro radio de acción.
Tengo también otra idea: he identificado a un grupo de profesoras en Madrid que se manejan perfectamente en inglés. Les he planteado la posibilidad de ir en junio/julio a Nairobi y organizar en Strathmore un curso de 4 o 5 días en el que formar a profesores de colegios de Kibera y otros slums en su tarea como profesores: les faltan medios, pero la carencia más dramática es la ausencia de estrategias pedagógicas. Con este cursillo podríamos conseguir que la ‘vara’ no sea el único recurso educativo. Me imagino 10 o 15 colegios con innovaciones pedagógicas y juegos en las clases de primaria y se me hace la boca agua.
Niños de Transform School
9. ¿Cómo ayudar?
Mucha gente me pregunta cómo se puede ayudar. Con frecuencia les interesa saber si hacemos ‘voluntariado’. Muchas otras iniciativas organizan viajes a países en desarrollo para poder echar una mano. Pero nosotros (quitando este posible curso para educadores, en el que los que vayan tendrán que buscar financiación para su viaje) no. Para nuestro proyecto no hace falta: trabajamos con entidades locales (Kwetu, colegios, Strathmore), y no parece necesaria la presencia del europeo.
Además, nos movemos con ciertos criterios de eficacia. Un viaje de 15 días o tres semanas acaba costando en torno a 1.200€ por persona. ¿Cuántos niños podríamos educar/ alimentar/ promover con esa cantidad? Unos 10/12 en un colegio de día; 1’5 en una ‘boarding school’. Si el viaje es para un grupo de 20 personas, o de 80, ¿cuantos serían?.
Creemos que no faltan iniciativas en Kenia realizadas por kenianos (que conocen las circunstancias, el idioma, las costumbres, las necesidades). De lo que carecen a menudo es de dinero, y ahí sí que podemos hacer entre todos, cada uno según sus posibilidades. Me parece muy interesante y educativo sensibilizar a los jóvenes en España y en Europa sobre la vida de los más necesitados. Pero considero también que eso es una ‘ayuda al primer mundo’, ciegos como estamos tan a menudo con nuestras comodidades y consumismo.
El objetivo de Karibu Sana, en cambio, son los olvidados, ‘la espalda del mundo’, y creo que cuanto menos ‘interferencias’ haya, mejor. A fin de cuentas, basta con meterse en la piel del Otro: ¿a quienes nos gustaría que convirtieran a nuestros hijos en objetos de curiosidad? A esos niños preferimos decirles, con el título de una preciosa película israelí que vi hace unos años, ‘vete, y vive’. Y nosotros nos limitamos a apoyarles en ese camino, con una rectitud de intención que nada tiene que ver con la necesidad de recompensas afectivas: dar, confiar, ayudar, ‘sin que la mano izquierda sepa lo que da la derecha’. Hay otros modos de hacer, pero este (tan unido al respeto al ser personal de cada uno de estos niños) es el estilo de Karibu Sana.
¿Cómo ayudar entonces? Económicamente, ya sea donando de lo tuyo, ya sea buscando colaboradores u organizando actividades que ayuden a muchas más personas a ‘despertar a la realidad’, a disfrutar con la posibilidad de que otras vidas alienten mejor gracias a la nuestra. Mi teléfono y mi correo electrónico está en la página web, y yo y las personas que colaboran conmigo estamos abiertos a todo.